En mi vida he pasado por etapas bien complejas y bien marcadas. Tanto así, que todavía me sorprende la forma en que viví mis 20. O sea, está bien ser intensa, pero andar tirante cual cuerda de violín no ayudaba en nada a que la vida fuese más sencilla. Y al parecer jamás me di por enterada.
El caso es que recuerdo y me río mirando mi época universitaria como la Era de Oro de un stress incontrolable. Cabe destacar que estoy segura de que esto es algo generacional. Vengo de una camada de chicas criadas para ser perfectas, que duermen poco por hacerlo, que todo es compromiso y trabajo, e incluso, carretean por la obligación de ver a sus amigos.
Resulta cuasi surrealista recordar cómo sobreviví a los fines de semestre y sus demonios. Época en que todos los profes recordaban que existíamos, que nos faltaban notas para completar el promedio y que era un gusto educarnos al mismo tiempo. Trabajos, pruebas, exámenes, trasnoches. Notas recuperativas, café a la vena, almuerzos a la rápida, reuniones en grupo para después juntarnos con otro grupo y terminar con un tercer grupo el décimo trabajo de la semana. ¡Del terror!
Y era aquí donde los ánimos se aceleraban, la falta de descanso del año completo me pasaba la cuenta y terminaba con arranques cuasi demenciales. Todo me molestaba, cualquier comentario podía ser usado en contra de mis mejores amigas, mis amigos me dejaban de hablar un rato por “cuática” o terminaban burlándose de mi estado. De la nada rompía a llorar, de la nada contestaba pésimo y a los minutos volvía a ser yo, me daba cuenta de cuantos ladridos había dado por día y me arrepentía…muchísimo.
Pero no fue sino hasta la tesis en que me di cuenta del poder del estrés mal manejado. Esto, tras decidir realizarla con mi amiga del alma. Todo fue como un cuento de hadas hasta que llegaron las pruebas, exámenes y trabajos en masa. Todo me lo encontraba malo y por todo yo quería pegarle. Ya no tenía ganas ni de topármela en el patio y a ella claramente le pasaba lo mismo conmigo. Nuestras reuniones para continuar trabajando eran mitad desafiantes y mitad palabras entre dientes. No sé como pasamos todos esos meses sin agarrarnos del pelo.
Lo bueno fue que no pasó. Que la Tesis fue entregada y todo el universo volvió a su orden normal y continuamos caminando de la mano saltando en las praderas. Hasta el día de hoy recordamos ese fin de semestre horroroso con risa y prometemos nunca más llegar a extremos como esos. De todos modos, por si acaso, creo que no es prudente que algún día trabajemos juntas… O sea, ya no soy la chiquilla intensa de antaño, pero sí una mujer bastante precavida, y planeo seguir siéndolo y no perder a ninguna de mi gente importante por estresada e histérica.
Imagen CC: onir