Hace poco me operaron de la cadera y me dieron 21 días de arresto domiciliario -AKA licencia médica-. Esperen, no piensen que sólo he estado en cama y que me tienen que ayudar hasta para ir al baño. ¡Cero! Sólo significa que ando coja y con muleta deambulando por mi departamento. Puedo hacer de todo salvo agacharme, encaramarme arriba de una silla o similares y bueno, cosas cotidianas como amarrarme los cordones de las zapatillas me cuestan más que al resto.
"¿Y qué tiene que ver una licencia médica con cocinar?", deben preguntarse. Bueno, bastante tiene que ver. En estos 20 días -mañana se me acaba la licencia y el viernes vuelvo a la pega- me ha venido a ver harta gente. Soy una convencida de que a las visitas hay que recibirlas bien, por lo que al hacer el pedido online del Jumbo, más que aperarme con papas fritas y cosas para picotear, me preocupé de comprar muuuchos ingredientes... ¡y pucha que me he entretenido cocinando!
Soy una adicta confesa a los libros de cocina, así que he recibido a mis visitas y mi marido con queques, galletas de avena, kuchenes... ¡hasta empanadas de pino me atreví a hacer!. Como no puedo salir a comprar, sólo necesito que mis visitas avisen con un día de anticipación para organizarme y, ¡voilà, a cocinar se ha dicho!
Los motivo a hacer lo mismo. No es lo mismo servir un queque del supermercado que tener uno casero. Mientras el primero sólo sirve para chanchear, el segundo también sirve para entregar cariño.
Imagen CC ankker