No me siento como otras mujeres, de esas exageradas y complicadas, que de una picazón de ojo hacen un listado de enfermedades y llenan a su bebé de medicinas. Tampoco soy egoísta: escucho y confío tanto en mi mamá como en mi suegra, quienes me alivianan tan hermosa tarea. Estoy conforme, amo a mi hijo, pero desde el principio nunca me he sentido como una madre.
Confieso que desde que supe sobre mi embarazo -a los 19 años- no me compliqué: seguí comiendo lo de siempre y aún más, sólo dejé a un lado el alcohol y el cigarro; eso sin cesar de carretear y trasnochar.
A pesar de que pasé algunas noches negras - algo así como una depre hormonal -, había días en que moría de risa y la panza crecía. Todos me preguntaban "¿cómo va el embarazo?" y, en realidad, a pesar del dolor de espalda me sentía igual.
El día del parto fue el peor de mi vida. Es triste admitirlo, pero luego de extenuantes horas intentando un parto natural, terminar con una doble epidural para proceder a cesárea fue una experiencia de mierda.
En la sala post-parto sólo quería morir, no tenía ganas de ver ni a mi bebé, ni a mi familia, ni a nadie. Sentí que mi vida acababa de terminar y otro protagonista asumía el rol principal en mi historia.
Para peor, luego que un desfile de inoportunos amigos fuese a visitarme a la clínica, todos se fueron a celebrar el "nacimiento" de mi pequeño, mientras yo sufría de dolor, y angustia: completamente sola en una fría cama, con un pequeño desconocido que me observaba inocente y temeroso aferrado a mi pecho.
Y así fue el primer mes. Continuaba apenada: bebía vino cada vez que podía y paseaba a mi desafortunado bebito que aún es mucho para mí. ¡Qué culpa tiene él!, pensaba, soy yo la disconforme mujer que no sabe apreciar el regalo que se ha forjado en mi vientre.
Ya ha pasado casi un año desde su nacimiento. Para ser sincera, no ha sido difícil económica y físicamente: soy joven y a los dos meses de nacido de inmediato me puse a trabajar -quizás no lo hubiese hasta egresar de periodismo si no fuera por él- pero emocionalmente es un ardua tarea con la que aún me cuesta lidiar.
Actualmente, hago las cosas para mi bebé con amor, sin flojera ni pretextos. Pero algo en mí se siente preso, enjaulado: es verdad, puedo salir, pero lo hago con culpa; ya nada es como antes. Me crucifican por cada uno de mis errores; hago lo que puedo, es penoso. Mientras algunas mujeres adquieren la vocación incluso antes del parto yo sigo esperando cada día ganarme mi título de mamá.
Imagen CC Tomek.pl