Todos los días se viven escenas románticas en el aeropuerto… Y también rupturas épicas, como la que les voy a contar.
Son las 3.30 AM. El avión aterriza en SCL después de 24 horas de amor viaje. Tomar el vuelo con más escalas para ahorrar un par de morlacos no fue la mejor idea. Aunque me dio tiempo para pensar en lo deteriorado que estaba mi pololeo y en cómo, de alguna forma, no extrañé ni un poquito al hombre que tan galantemente insistió en irme a buscar al aeropuerto.
Llegué destruida.
-Taxi, señorita.
-No, gracias. Me vienen a buscar- dije muy segura.
El hombre brillaba por su ausencia. Mientras los taxistas y transfer insistían, llamé al galán 40 veces. Nada. Una lágrima se me escapó del ojo derecho. El izquierdo se quedó seco, tal vez porque no quería asumir lo evidente.
Después de dos horas pensando en que se había quedado dormido, decidí tomar un colectivo. Ya salía el sol, cuando después de recorrer la ciudad dejando a cuatro otras personas llegué al fin a casa. Prendí el compu para ver si había algún mail que explicara lo sucedido. Cri-cri. Al final, rendida, me fui a la cama.
Había algo duro bajo la almohada… Tanteo con los dedos y descubro las llaves de mi auto (se las había dejado para que me fuera a buscar) y la foto enmarcada de ambos que le había regalado para su cumpleaños... OK, ahora sí entiendo.
La verdad que fue un alivio. Durante mi periplo por Ciudad de México y Cancún, el querido exigió conferencias por internet y me tuvo buscando ciber cafés con cámara de video porque quería verme. Al juzgar por la escena, él había decidido hace una semana que me dejaría plantada (vivía en Quilpué y sólo podía venir a Santiago el fin de semana), mientras seguía asegurando que me iría a buscar al aeropuerto.
La relación había sido como un mal embarazo, duró 9 meses. Encima de todo, medía una cabeza menos que yo (ni pensar en zapatos de tacos)… Lo peor fue que el pitufo ex, al contrario de lo que se podía esperar después del numerito, no desapareció. Comenzó a enviarme mensajes y mails ofensivos, donde lo mínimo que me decía era marimacho. No respondí. Lo bloqueé de todo. Cuando pensé que ya era parte del pasado, apareció en mi puerta, justo cuando partía de urgencia con el gato herido a la veterinaria. ¡Plop! Me demoré menos de 15 minutos en mandarlo a la misma… Bueno, lejos.
La anécdota fue difícil de olvidar. Incluso, mis amigas recuerdan el episodio como “la venganza del enano maldito”.
Y a ustedes, ¿las han cortado de manera similar?
Imagen CC DepthOfLite