Debo reconocer que no tengo gran afinidad con los niños: sus llantos, gritos y pedidos constantes me desesperan. Claramente, cuando se trata de tus sobrinos la percepción cambia; tras haber estado en compañía de uno de los míos por 40 días, aprendí bastantes cosas.
Entre juegos, risas y enseñanzas, pasamos juntos un verano que me hizo reafirmar mi opción por ser simplemente tía, ya que carezco de la paciencia para ser mamá. Los momentos en que se enojaba, amurraba o lloraba por cosas mínimas me colapsaban de sobremanera.
En cambio, cuando andaba de buenas, compartir era ¡lo más!: colaboraba en las labores del hogar, comía su almuerzo sin quejas y conversaba de forma amistosa con quien se le cruzara por delante.
Sin embargo, lo que más rescato de esta experiencia es que por un lado fortaleciera el lazo tía-sobrino; y por el otro, que me permitiera volver divertirme con cosas tan simples como juntar hojas, mirar nubes o columpiarme.
Dudo que repita esa experiencia por un periodo tan extenso, pero creo que sirvió para confirmar que ser madre no es lo mío. Mi corazón puede latir tranquilamente, lleno del amor que me entregan mis sobrinos.
Imagen CC Ed Yourdon