La soledad es un tema, y no menor. Hay quienes sienten verdadero pavor ante ella, mientras que otros la disfrutan. Tampoco faltan quienes gustan de estar a solas de manera esporádica, específicamente en esos momentos en que se quiere mandar todo a la punta del cerro. ¿Quien no ha querido alguna vez tomar un bus sin regreso al país de Nunca Jamás?. En esos instantes no hay familia que valga, ni mejores amigos o pretendientes de turno, porque lo único que quieres es huir del mundo.
Pero, ¿qué motivos te harían querer estar sola? Puede ser una decepción amorosa, la pérdida del trabajo, una pelea familiar o simplemente un estado eufórico que quieres vivir sólo contigo. Lo cierto es que querrás botar toda esa rabia a solas, llorar, gritar, hablar, discutir, y pensar, sin ojos curiosos ni dar explicaciones. Ahí es que te das cuenta de que puedes ser la mejor de las consejeras, ya que - siendo bien honesta - nadie está ni estará en tus zapatos. Y aunque escuches muchas veces el “te entiendo” o “sí, me lo imagino”, no es así. Porque muchas experimentan las mismas situaciones, pero cada quien las vive de distinta manera. Algunas buscan un abrazo, otras prefieren saludar a la familia completa de quien las hirió y otras, sencillamente, alejarse.
Pero la soledad no sólo es buena compañía cuando estamos compungidas, ya que a veces también la buscamos para disfrutar las cosas buenas. Sí, porque es rico reflexionar sobre tus logros. ¡Qué agradable es contarle a tu yo de hace unos años que los trasnoches por estudio bien valieron la pena! O que los esfuerzos de esa traumática dieta dieron resultado, así como que le achuntaste medio a medio al terminar con ese pastel que hoy tiene mala fama. La verdad es que con el tiempo empiezas a amar la soledad, atesorando cada momento contigo como el más valioso. Después de todo, ¿quién podría comprenderte mejor que tú misma?
Imagen CC Dani_vr