Para cada una, nuestros seres queridos son un auténtico tesoro. Una joya que nos obsequió el universo y que nos gustaría mantener siempre a nuestro lado. Sin embargo, no siempre las cosas son lo que anhelamos y quienes nos anteceden suelen bajar del “tren de la vida” mucho antes de lo que quisiéramos. Es más, sabemos que en algún momento también nos tocará a nosotras terminar el viaje.
Siempre he pensado que - pese a que al morir, mi alma no estará junto a mi cuerpo - no me gustaría permanecer confinada en una sepultura. Quisiera incinerarme y que parte de mí quedara en el cementerio, pero otra se esparciera por mis zonas favoritas del mundo. No obstante, hay personas que van un tanto más allá y optan por tomar la forma que tienen en el corazón de sus afectos: joyas, más precisamente diamantes.
Pero, ¿cómo es posible que esto ocurra? Pues a través de una técnica que permite transformar las cenizas fúnebres en estas piedras preciosas. Se trata de un proceso científico, que consta de extraer el carbono presente en los restos orgánicos incinerados. Luego, éste se purifica, convirtiéndose en un 99,99 % de átomos de carbono. El resultado es sometido a una tecnología de altas temperaturas y presiones, cultivándose el preciado diamante - obtenido en forma íntegra de los restos humanos, sin aditivos - al cabo de varias semanas.
Una vez entregado a la familia, el diamante puede ser conservado en el seno del hogar como la joya de más incalculable valor, así como también hay quienes prefieren engarzarlo, transformándolo en un colgante o anillo que llevan siempre consigo. Así, se establece una innovadora alternativa para mantener el recuerdo de los seres queridos que terminaron el recorrido; la cual es bastante costosa, pero a juicio de sus adeptos “implica un reencuentro con la persona, lejos de lápidas y urnas”.
Y a ti, ¿te gustaría terminar transformada en un diamante?
Imagen CC Macroscopic Solutions