Desde que tengo uso de razón - o sea, desde niña - he escuchado una y mil veces que el cariño se demuestra. Tal vez es por eso que en las relaciones siempre me voy paso a paso; pero cuando confío en alguien, soy como un libro abierto: doy hasta lo que no tengo por hacer feliz a esa persona. Por eso, cuando me he encariñado, he decidido dejar todo en la cancha, jugándomela un 100 por ciento (y no solamente en el plano amoroso). Pero, ¿qué pasa cuando descubres que tu entrega no es recíproca?
Suele pasar que mientras estás bien, las cosas siguen su curso y no necesitas de tu entorno: todos te quieren y reconocen lo buena amiga, profesional, pariente o persona que eres. Pero, cuando te tropiezas y te toca "comprar terreno", miras a tu alrededor y no hay nadie que esté ahí para ayudar a ponerte de pie. Es ahí cuando descubres que estás sola y las muestras de admiración eran sólo palabras vacías. Entonces, te toca aperrar, limpiarte las heridas, derramar unos cuantos litros de lágrimas y rascarte con tus propias uñas si quieres salir nuevamente a flote.
Es así como alguien entregado se va decepcionando de su entorno, porque entiende que el sentido que él da a la palabra cariño tiene mucho de acción y demostraciones concretas, mientras que para el resto queda sólo en un vocablo. Cuesta levantarse; me ha costado hacerlo y he tenido que vivir mi duelo sólo conmigo misma, asumiendo que quienes dijeron que podría contar con ellos, en la práctica no estuvieron a la altura.
Me declaro una mujer fuerte y que no se deja derrumbar por cualquier cosa, pero sí debo admitir que en algunos momentos me he sentido detenida en el tiempo, estancada en un reloj que se echó a perder. Me ha tocado esconderme, llorar, curarme y regenerarme. He vuelto a salir al mundo para retomar el ritmo de la vida, pero claramente habiendo dejado parte de mí en el camino. Todo esto sin ningún email, mensaje de texto, WhatsApp o preocupación verdadera; algo que sea un llamado a la acción y no de esos que se hacen porque sí.
Por lo anterior - y como me dijo una conocida cercana -, lo mejor es dosificar el cariño. Está bien querer, abrazar, decir, mirar a los ojos, ayudar, demostrar, pero no hay que entregarlo todo, porque el día en que pases por un bajón y mires a tu alrededor, te tocará salir adelante por las tuyas; con muy pocas personas (menos que los dedos de una mano) dispuestas a acompañarte. En ese momento agradecerás haberte guardado un poquito de ese afecto, porque lo necesitarás para dártelo a ti misma, y créeme que el dolor será menos profundo. Nada en exceso es bueno, ni saludable.
Imagen CC Lee Haywood