Hace más de cinco años que me fui de mi casa. He vivido con amigos, mi hermano y aunque ahora en la soledad de mi departamento a veces extraño el ruido, los portazos y tener que esperar para entrar al baño, la verdad es que noté un gran cambio en mi vida cuando di el paso a la independencia. No me malinterpreten: los tiempos de convivencia fueron geniales, pero cuando opté por la autonomía realmente fue para mejor.
Es genial poder disfrutar de tu espacio propio y moldearlo como se te dé la gana. Cuando recién me fui a vivir sola, no quería salir de mi departamento; estaba alucinada con decorarlo y comprar las cosas que me hacían falta. Por eso, cuando mis amigas querían ir a verme ¡era lo máximo!: todas querían independizarse también y me felicitaban por cómo había dejado todo.
De repente me vi muy solicitada por gente que quería quedarse conmigo o carretear. Por unas semanas fue demasiada la convocatoria y realmente me sentía ermitaña, queriendo estar sola y nada más. Así es que opté por decirles que estaba cansada y que quería estar tranqui para recuperar mi tuto semanal. Las que me conocían me “cachaban” al tiro cuando se los decía, por lo que pronto terminaba reconociéndoles que en realidad sólo deseaba estar sola y ñoñear. A veces, ansiar momentos para una misma cuesta y ¡es una lata!, porque la gente cercana no siempre se toma eso bien. Y ¡vaya que querer estar sola no es malo!l, al contrario, prefiero que así sea a ser una persona que depende de otros para sentirse tranquila.
Yo gozo viéndome sola en mi pieza, disfruto de mi independencia y de salir cuando quiero. Ahora que estoy en una relación, es igual de rico querer estar echada con mi pololo y no hacer nada o hacer de todo. Cuando ya estás más grande, es lógico que quieras dividir tus tiempos y darte espacio también para ti.
Amigas, no se enfaden: ya me entenderán cuando den su propio salto a la paz.
Las quiero.
Imagen CC Silvia Sala