No es algo que me enorgullezca en contar, pero hace algunos años era joven, inmadura y muchas veces hice cosas sin pensarlas. No medí las consecuencias de mis actos, hasta que perdí a alguien importante. Esta es la historia de cómo terminé con mi pololo en una noche, la cual - como saben mis amigos - fue la peor resaca de mi vida.
Estaba en la universidad, volviendo de un verano bastante raro. Enero fue full amor con mi pololo y en febrero él decidió ir a ayudar a los campamentos por dos semanas. Obvio que lo apoyé y no tuve problemas en que se fuera; el problema fue cuando pasaron dos semanas más y no supe de él. Había decidido quedarse construyendo y - como en esos tiempos la señal del celular era terrible -, nunca pudo comunicarse conmigo.
La verdad, yo ya había dado la relación por terminada y “celebrando mi soltería” (aunque la verdad, estaba demasiado dolida) invité a mucha gente a mi casa para despedir el verano, además de brindar por mi nuevo estado civil. Había tomado unas cuantas copas de más cuando veo que está entrando él. Me saludó con un abrazo, dispuesto a pedirme disculpas y yo no lo pesqué. Seguí tomando más de la cuenta y - por lo que me contaron - delante de todos nuestros amigos lo dejé por el suelo. Se fue sin decirme palabra y al final fui yo la que debió pedir disculpas.
Al día siguiente, la caña moral era tremenda, peor que la física. Me armé de valor, fui a su casa dispuesta a arrastrarme y pedirle que me perdonara, pero no hubo caso. Él ya no confiaba en mí y nada se podía hacer. Por una borrachera, niñería y mala comunicación, lo había perdido.
Chicas, sólo les digo que antes de tener un ataque de furia, hablen con sus pololos. No decidan nada con unas copas extra en el cuerpo y sobre todo, no metan a otras personas, que las relaciones son de a dos.
Imagen CC Mislav Marohnic