Ser mamá es la labor más importante de todas. Implica mucho más que dar a luz, ya que exige orientar, guiar y enseñar a ese pequeño ser a nuestro cuidado. Ser una guía para mostrarle el mundo y entregarle las herramientas para enfrentarlo. A la vez, permite conocer un amor incondicional y a toda prueba, ser capaces de dar una sonrisa aún cuando estemos tristes, fabricar esperanza ante la adversidad, gracias al poder de sentirnos plenas con tan sólo una mirada.
Sin embargo, el combustible e inspiración que nos lleva a dar lo mejor en el rol que nos fue confiado, son ellos mismos: nuestros hijos. Porque esas bellas personitas sin saberlo sacaron lo mejor de nosotras; aquello de que ni siquiera imaginábamos ser capaces. La luz de esos ojitos llenos de ternura e inocencia nos dan la garra para llevar cualquier proyecto a cabo; sobreponernos de las penas y decepciones, para siempre volver a ser felices. La alegría que les brindamos no es más que la retribución a la que ellos nos entregan, cada vez que nos dicen “mamá”.
Indudablemente, el vínculo madre e hijo es el más magnífico, sublime y maravilloso que pueda existir. Da cuenta de que el amor verdadero es posible y nos permite disfrutar de él, más allá del infinito.
Y tú, ¿ya viviste la mágica experiencia de la maternidad?
Imagen CC Buffalo Outdoor Center