Todas tenemos afectos a quienes amamos con el alma: la pareja, hijos, padres, amigos y un largo etcétera. No obstante, también nos tenemos a nosotras y un cúmulo de sentimientos, pensamientos o sensaciones revueltas a las cuales nos resulta imperativo darles orden. Por lo mismo, requerimos de momentos a solas, en los que analizamos nuestras ideas, las archivamos o las ponemos en la carpeta mental de “prioridad”.
También vivimos instantes en los cuales simplemente anhelamos introducirnos en nuestra propia versión de la “caja de la nada”: esa en que los hombres ponen su mente en el blanco más absoluto. Si bien a nosotras nos es imposible tal cosa, al menos desconectamos los pensamientos que nos acompañan, reemplazándolos por el análisis de problemas ficticios (entiéndase películas, teleseries o libros, acompañados de un rico snack). En esos momentos, es obvio que tampoco queramos ser molestadas.
Por todo lo anterior, tener un “espacio” donde estar a solas es menester. Si bien no siempre es materialmente posible - dadas las estrechas dimensiones de las viviendas contemporáneas - sí lo es en cuanto a la búsqueda de un “refugio” o la consecución de un "estado mental" que lo permita. Así, si en la casa hay visitas y en cada lugar disponible está una forma de vida (perro, gato, etcétera), basta con cerrar los ojos y escapar al paraíso intelectual donde podemos meditar en calma. Para hacer nuestro “aislamiento” más evidente, nada mejor que acompañar dicha instancia con audífonos o una advertencia de “no molestar”.
Pero si lo que necesitas es aire fresco, lugares siempre habrá: terrazas, escaleras, jardines, la puerta de tu casa o un paseo por la calle pueden ayudarte a refrescar ideas y pasar esos necesarios momentos contigo. Sólo está en que te des permiso y ¡los hagas respetar!, teniendo en cuenta que son fundamentales para nuestro bienestar.
Y tú, ¿cómo construyes tu espacio personal?
Imagen CC Christopher.Michel