¿Sientes que estás particularmente irascible en el último tiempo? ¿Te hace enojar desde que las páginas no carguen hasta que te pregunten si “bajas” en el metro? ¿Dejas aflorar tu sarcasmo a la primera oportunidad? Entonces, puede que padezcas de “enfado crónico”. Y mucho ojo, que sus causas distan mucho de que la gente a tu alrededor se haya vuelto “más insoportable” y la ciudad, menos amigable. No, amiga: las razones de tu malestar están dentro de ti.
Pocas cosas hay más terribles que enfadarte contigo misma. Por lógica pura, no puedes insultarte ni golpearte, lo cual tampoco sería sano ni disminuiría tu enojo. La persona con quien estás molesta te acompaña noche y día, impidiéndote el orgullo ver la realidad. Por eso, la única forma de “soltar” la rabia parece ser descargarla con los demás.
Así, si estás con el ceño fruncido todo el tiempo - tanto, que ya está marcada dicha línea de expresión en tu cara -, le buscas pelea a quien se cruce por tu camino, gritas a la menor provocación, padeces insomnio o trastornos digestivos y el fastidio se apodera de tu corazón, pon mucha atención. Más allá de una frustración temporal por algo que no resultó como querías, puedes estar escondiendo una profunda insatisfacción con tu vida, así como también una severa depresión.
Si el texto identifica lo que estás experimentando, lo primero que tienes que hacer es identificar las causas del enojo contigo. Si bien es difícil determinar el origen del problema, es común que se explique en las metas autoimpuestas, las cuales - al no cumplirse - nos producen frustración, desánimo e impotencia.
Todas poseemos una idea del “deber ser” en la vida: titularnos a los 23, viajar por el mundo hasta los 26, conseguir un buen trabajo, casarnos a los 30, tener la casa propia y concebir hijos antes de los 40, por poner un ejemplo. Cuando no es así y - producto de las circunstancias u otros problemas - no logramos ajustarnos al canon planteado, nos juzgamos severamente, culpándonos y atormentándonos por no cumplir con lo planteado. De este modo, no disfrutamos el camino, centrándonos sólo en la meta. Es entonces cuando nos invade la “lata”, sentimos que nada tiene sentido, que estamos estancadas y por más que nos esforcemos, no podremos salir de ahí. Perdemos la fe, la motivación y todo el entorno nos parece adverso, pero porque el enemigo está en nuestro interior.
La ira es como un fuego ardiente, cuyos alcances son positivos o nefastos. Puede ser el motor que impulse la consecución nuestros sueños o bien, arrasar con todo a su paso. Si estás viviendo esta situación, procura encauzar tu llama hacia cosas constructivas. Si estás en modo “fighter”, toma el camino del ermitaño: opta por pasar un tiempo a solas, para conocerte, escucharte, perdonarte y volver a empezar. En buenas cuentas, comprender que está en tus manos ser el personaje agónico o protagónico de tu destino. Y - si lo precisas - no temas en buscar ayuda profesional. Verás como, con el tiempo, esa ira interna pasará ¡dando paso al ímpetu que te hará ilimitada!
Y tú, ¿estás enojada contigo o con el mundo?