Una de las historias más tristes y repetidas de contar es cuando él escapa al enterarse de que su pareja está embarazada. Por siglos, muchos hombres han dado una mala impresión de su propio género, huyendo de la idea de convertirse en padres. El cuento - que repite durante varias generaciones - sólo contribuye a que estas madres saquen la cara por las mujeres, demostrando que pueden criar a hijos felices, sea solas o acompañadas.
Así le pasó a Carolina. No quedó embarazada joven: de hecho, ya estaba cerca de cumplir los 30 años y pololeaba desde hacía un tiempo con un joven una década menor. Si bien ella disfrutaba de las fiestas, su pareja era el alma del carrete. Salían juntos cada fin de semana y ella pagaba todo lo que él se servía. Total, tenía trabajo estable y no le molestaba consentir a su pololo.
Pasados 5 meses de relación, Alan -cómo lo llamaremos- invitó por primera vez a salir a Carolina. Había recibido su primer sueldo, luego de unirse a la oficina de contabilidad de su papá, a la que en ese entonces le iba muy bien. En esos años, la suma de dinero era suficiente para independizarse y vivir solo, por lo que una invitación a un motel con caño y jacuzzi, era un simple cosquilleo en su bolsillo.
A Caro le encantó la sorpresa, aunque no le contó a muchas personas, porque sentía algo de vergüenza por visitar semejante lugar. Sin embargo, más ruborizada se puso cuando le debió contar a Alan que estaba esperando un hijo de él. Esto sucedió a los 7 meses de relación y cuando él estaba recibiendo cada vez más ingresos en la oficina.
¿La reacción?, Alan se puso de pie, tomó su billetera y le pasó dinero para que abortara. "Aquí tienes plata para que abortes, no me caguís la vida ahora que al fin me está yendo bien", le dijo. Pero lo peor fue cuando Caro -quien tomó un largo suspiro antes de hablar- le comentó que no tenía problemas con ser madre, que ella se haría cargo de los gastos si eso le molestaba. Alan le respondió: "ni hueón me amarro a una vieja".
En silencio, Carolina se puso de pie junto a su joven pareja, finiquitando la relación. Mientras retornaba el camino a su casa, su ex le gritaba y lanzaba billetes, ofendiéndola y humillándola frente a quienes pasaban cerca. Lloró todo el embarazo. Vivía sola y tampoco quiso contarle a su familia hasta que ya sumaba 7 meses de gestación. Sólo una amiga del trabajo la apoyó parcialmente en los primeros trimestres, pero no podía hacer mucho porque su marido le controlaba la vida. ¡Hasta llegó a prohibirle la amistad con Carolina!.
La familia supo y pocos meses después, un nuevo miembro se sumó. Caro siempre recuerda ese momento: una pequeña niña de enorme ojos verdes, piel bronceada y delicadas facciones la quedó mirando apenas la pusieron en sus brazos. Luego sonrió, en el gesto más noble y puro que mi amiga habría visto en la vida. Se enamoró perdidamente de su pequeña bebé.
Ya pasaron 8 años desde ese momento. Pese a que Alan no volvió a aparecer, Caro sólo sufrió algunos meses. No por su ausencia, sino porque su hijita "no tendría papá"; hasta que se fijó que ella podía ser mucho más grande que él y que cualquier persona que huye así del amor.