Dicen que una de las peores frases que se nos pueden decir es “¡Cálmate!” y ¡vaya que es cierto!. Tanto así, que durante el tiempo en que trabajé con público, las capacitaciones a las que asistí la prohibían. ¡Era un verdadero tabú!
Sí, porque cuando una persona está ofuscada, usualmente no nota en qué medida lo está. Así, puede que haya alzado la voz sin darse cuenta. Siente que tiene razón en sus reclamos y que ha sido tratada injustamente, por lo cual experimenta mucha rabia e impotencia. Cuando le pedimos que se calme (o sus símiles: “relájate”, “no te alteres”, “tranquila”, etc), además de “soslayar” sus preocupaciones, la tratamos de “histérica”. Para graficarlo, la persona no escucha “cálmate” de buena fe; sino que oye que le dices: “Neurótica de mierda, para de hacer show”. Sad, but true. Y ¿cómo crees que reacciona? Mal, ¡pésimo!
Así es que ya sabes: la próxima vez que tu amiga, tu mamá, tu jefa - o jefe -, pareja o algún cliente se descontrole, evita a toda costa pedirle calma. A cambio de eso, trata de distraer su atención hacia otros focos. Una técnica que siempre funciona es darle la razón y acto seguido proponer una solución. Las palabras mágicas son “entiendo que estés enojado/a” y “yo también me sentiría así en tu lugar”. ¡Con esto bajará la guardia!. Termina diciéndole: “podemos resolverlo de X forma...”. Una vez que se suavice, distiende el ambiente con una sonrisa (siempre que no suene a burla o lo volverás a crispar) y algún comentario simpático o alegre. ¡Verás cómo su energía se transforma!.
Y usa el “¡cálmate!” o sus sinónimos sólo cuando busques ¡sacarle pica a tu interlocutor y hacer que arda de rabia!