El tiempo pasaba y la desesperación se apoderaba de mí. Ya me conoces, soy una romántica y no podía creer que aún no había encontrado a mi hombre ideal. La vida no hacía más que juntarme con pelmazos. Relaciones pasajeras que sólo aumentaban una terrible sensación de vacío en mi interior, dejándome peor que antes.
Ya, tienes razón… no fue la vida, fui yo. Eso mismo pensé, y eso mismo me motivó a cambiar. Dejé a un lado los lamentos y decidí hacer algo por mí misma. Comencé un arduo e interminable trabajo interior que, debo decirte, no fue fácil. Pero pronto y por fin entendí que la relación más importante es la que tengo conmigo misma. ¡Toda una epifanía!
El tiempo siguió pasando, pero ahora la tranquilidad se apoderaba de mí. Y fue así como, en un inocente viaje a la playa, conocí a mi “compañero de juego”: un hombre con el que, día a día, me divierto. Deja que te cuente: es alegre, aventurero y atento. Tiene una pasión por la vida que se contagia y unos ojos que, cuando me miran, hacen palpitar fuerte mi corazón. Su sola compañía me basta para reconfortar cualquier pena y por más que pasa el tiempo, ¡sigo sintiendo mariposas cada vez que lo veo!
No te voy a negar que varias veces he querido salir corriendo. Hay días en que olvido mi centro y comienzo a torturarme sola, tal como los viejos tiempos. Me descubro pensando sin cesar y preocupándome por nada. ¿Pero sabes cuál es la diferencia esta vez? Que no lo culpo a él por mi sufrimiento (o por lo menos lo intento). ¿Y sabes qué más? Entendí que el amor no es algo inevitable que termina de pronto, sino que es una elección. Sí, una elección.
Y cada día me elijo a mí, y cada día lo elijo a él. Me basta con mirar su cara para sentir una cálida sensación en mi pecho y pensar: soy feliz sin ti, ¡pero vaya que soy más feliz contigo!