Mi mejor amigo, el que me traía las fotocopias de la universidad cuando me estaba muriendo, que me regaló a mi mascota, con el que nos mandamos las notas de voz más bizarras de la vida por WhatsApp, el hermano que nunca tuve, no siempre fue así. Durante un tiempo en que los estuvimos solteros, desviados del camino y algo deprimidos tuvimos algo.
Fue un coqueteo que un par de veces pasó a mayores, pero por suerte no echó a perder la amistad. No lo conversamos antes, si no que fue algo que se dio en medio de un par de copas de más. Cuando hablamos sobre esto decidimos parar, para no echar a perder nuestra amistad. Las primeras veces que nos volvimos a ver fue raro, pero como el sentimiento que había entre nosotros no era romántico, la incomodidad se fue muy pronto.
No fue la primera vez que confundía las cosas con un amigo, pero fue distinto ya que acá nos conocíamos de muchos años antes de enredar las cosas. Por suerte, frenamos todo a tiempo y cada día somos más amigos que antes. Creo que si alguien se ve en una situación así debe pensar si vale la pena arriesgar esa amistad para seguir adelante. Cuando decides hacerlo, es porque estás enamorada de él.
Hoy tengo al mejor pololo del mundo y él está con una amiga mía, por lo que opciones de que volviera a pasar algo no hay. Pero nunca olvidaremos ese par de meses en que confundimos las cosas y nos divertimos por un rato como muy buenos amigos.