La fragilidad es parte del ser humano. Estamos expuestos a los embates de la naturaleza, las enfermedades y todo aquello que no podemos controlar. Sin embargo, como somos animales de costumbres, hemos podido evolucionar y adaptarnos a las distintas condiciones que el mundo los pone. Y de paso, junto con aprender a hacerle el quite a las piedras en el camino, adquirimos la experiencia para fortalecernos durante el viaje. Es por eso que las situaciones que nos llevan al límite se convierten en las mejores lecciones, tras las cuales dejamos ir lo que nos daña y creamos un escudo que nos ayudará a enfrentar en mejor pie eventos futuros.
¿Te consideras una mujer fuerte?. Entonces, tal vez hayas enfrentado más de una de estas "pruebas" para adquirir coraje:
1. Sobrevivir a las decepciones
Cuando niñas, albergamos sueños e ideales de cómo será nuestra vida adulta. Pero cuando llegamos a esta etapa, entendemos que no siempre concretas tus anhelos. Una decepción remece tu mundo y lo paraliza, así como también a tu corazón. Todo aquello que creíste y te planteaste como una certeza, termina derrumbándose como un castillo de naipes. A medida que pasa el tiempo y has sobrevivido a esa primera gran decepción, entiendes que es necesario no bajar la guardia. De ese modo, estarás mejor preparada al enfrentar algo similar y lograrás ponerte de pie las veces que sea necesario.
2. Ser capaces de levantarte después de una traición
Un balde de agua fría - ¡y congelada! - es la sensación que experimentas cuando notamos que alguien en quien confías y a quien creías conocer, termina traicionándote. Ya sea en el ámbito sentimental, de amistad, en la pega o cualquier tipo de vínculo, es una gran prueba a tu fortaleza, pues invertiste en la relación tiempo y cariño. No es fácil, ni bonito: de pronto terminas encerrada en una burbuja, desde la cual miras hacia el exterior y comienzas a cuestionarte en quién puedes confiar. Sin embargo, el tiempo es el mejor remedio y de todo lo malo, siempre podemos rescatar unos cuantos puntos de fortaleza a nuestro favor.
3. No conseguir todas nuestras metas
La tolerancia a la frustración es un arte complejo de aprender, sobre todo cuando la sed de éxito en un plazo determinado se nos enseña desde pequeñas. Es por eso que cuando las cosas no resultan como queremos, el calendario no encaja con los planes que teníamos, las cosas no pasaron en el orden planificado o los pilares en los cuales te sustentabas se derrumban, parece que fuera el Apocalipsis. Es por eso que una desvinculación laboral, no ganar el corazón de quien te interesa de verdad o - siendo adulta - aún vivir con tus papás, son temas que te harán sentir estancada y agobiada. Pero después de un que otro imprevisto, en el que te ha tocado salir adelante y enfrentar algo que no estaba planeado, comienzas a notar que la vida se trata de eso. Mientras más dispuesta estás para hacer frente a lo desconocido, más fuerte te haces.
4. Enfrentar un quiebre familiar complejo
Aunque a veces tengamos una relación de amor y odio con nuestra familia, lo cierto es que a pesar de todo, el cariño está latente. Es por ello que cuando debemos experimentar un quiebre en una de las pocas cosas en que teníamos certeza - como lo es el núcleo familiar - sentimos que algo se desvanece en nuestro interior. Quedamos aturdidas, ya que entendemos que nada es seguro y que incluso las paredes más fuertes suelen derrumbarse. Pero aunque te toque asumir la separación de tus papás, el distanciamiento de tus hermanos o la muerte de algún pariente, en el camino aprendes a eliminar los tabúes en torno a estos temas, incorporándolos de manera natural a nuestra vida.
5. No ser valoradas como quisiéramos
La autoestima es fundamental, aunque suene cliché: si no eres capaz de amarte a ti misma, nadie lo hará. El problema es que no siempre podemos gustarle a todo el mundo y, aunque a veces nos esforcemos por agradar, el resultado es que no nos valoran. Por lo anterior, si estás rodeada de personas tóxicas que te repiten mil veces que no sirves y que deberías dar más, terminas envuelta en una nube de críticas y negatividad. Pero cuando te cansas, analizas la situación y decides tomar las riendas del asunto, descubres que hay todo un mundo de opiniones, que no sólo pesa la de quienes quieren dañarte y más aún, que tienes grandes cualidades. Es ahí cuando aprendes a decidir a quién escuchar y quiénes no son referentes válidos. Con esta lección, se fortalece la confianza vital entre tu persona y tu espíritu.
6. Sentirnos vulnerables
Por diversos motivos, algunas personas tendemos a desconfiar más que otras. Sin embargo, cuando sientes que algo realmente vale la pena, te juegas todas las cartas y muestras tu mundo interior tal cual es, aún a riesgo de terminar decepcionada. Al descubrir que tomaste una mala decisión, que te expusiste y confiaste en quien no lo merecía, te vuelves el doble de hermética. Pasa el tiempo y sigues encerrada en ti misma, hasta que entiendes que vivir "a la defensiva" no tiene mucho sentido. Es en ese instante que adquieres la sabiduría de entender que los riesgos son parte de la vida y el ser vulnerable también lo es.
7. Enfrentar nuestros miedos
La reacción natural cuando tememos a algo, es evitar a toda costa esa situación, elemento o persona que nos incomoda. Pero a medida que tu vida evoluciona, descubres que no quieres seguir esclava tus miedos y que la salida más efectiva es tirarte un piquero, hundirte en la piscina pero lograr salir a flote y aprender a nadar. Es el momento en que asumes que la única forma de ser una mejor versión de ti misma es enfrentando tus demonios, experiencia que incrementa tu fortaleza interior.
Aunque las aguas quietas nos tranquilicen, parte de la vida es enfrentarnos a grandes olas. Puede que en algunos momentos nos derrumben, pero sin lograr ahogarnos. Más bien nos enseñan a estar atentas, a volver a levantarnos y rescatar de lo malo una poderosa adquisición: la fortaleza. Las invito a tomar el toro por los cuernos y disfrutar el enriquecedor aprendizaje que nos da la vida todos los días. ¿Se animan a intentarlo?