Nunca he tenido una relación lo suficientemente larga como para poder comparar, pero tengo un par de amigas que sí. Más de 10 años una y 5 la otra, ejemplos bastante certeros para evidenciar aquello que pasa cuando es “una” la que decide poner fin a su historia de amor.
A veces nos podemos sorprender sobre cómo llegamos a reaccionar en situaciones con las que no imaginábamos tener que lidiar. Es increíble como la fuerza nos abraza cuando decidimos algo con convicción. El otro día hablaba con mi pololo del tema y me dijo algo que me hizo mucho sentido: cuando una relación se acaba, la mujer suele quedar mal un tiempo. El hombre, en tanto, se vuelve libre y hace locuras. En cambio, con el paso de los meses, la mujer ya está bien y es el hombre quien empieza a echar de menos, asimilando que la cosa se acabó cuando ya no hay vuelta atrás. Y al parecer tenía razón. Incluso la ciencia afirma que a las mujeres nos duele más, pero superamos las rupturas más rápido. De todas maneras, todos somos distintos: tenemos maneras y tiempos distintos para asimilar las cosas o darlas por superadas.
Es que cuando es una la que coloca el punto final, la cosa es más clara. Te hartaste de ser la que aguanta, comprende y da todo de sí en una relación de a dos. Cuando yo he terminado con noviazgos, la verdad es que he sentido alivio de al fin dejar algo que no estaba sumando en mi vida. Lamentablemente, cuando se aguanta mucho, se pierden otras cosas esenciales, que no debemos dejar de lado en ningún momento. ¿Saben de qué hablo? Autoestima, confianza, aceptación de una misma y dignidad.
Cuando te atreves a dar el paso dándote una oportunidad realmente conforta. Será difícil, extrañarás la compañía, pero ¿hay algo más que extrañar de una relación que solo izaba la bandera hacia tu lado? Si lo decidiste es porque ya no aguantabas más, no te sientas mal por eso. Deja ir lo malo para ¡que venga lo bueno!