Nunca me ha importado la profesión ni estudios de una persona a la hora de enamorarme, pero debo admitir que me sorprendió cuando dijo que estudiaba medicina. No tanto por lo difícil que es entrar y mantenerse dentro de esa carrera; más bien por la cantidad de tiempo disponible que él tenía para distraerse.
Carlos era alto, pálido y algo callado. Cuando hablaba con él se aceleraba a tal punto que debía calmarlo para que me repitiese la frase. Esa fue una de las cosas que más me atrajo de su personalidad: esa obsesión por querer hacer todo y tener muchas ideas.
Nos veíamos tres veces a la semana (y eso ya me parecía demasiado), porque los otros días los dedicaba a estudiar. Es así como me adueñé de sus fines de semana. Ahora que lo pienso, era bastante extraño que él no quisiera llevarme a su casa, puesto que siempre me contaba que invitaba a sus amigos a estudiar ahí.Tampoco me decía la dirección ni cómo llegar. Ahora me percato de lo raro que era, y que en ese momento no noté.
La única amiga que le conocí, era una joven igual a él: demasiado para ser cierto. La pobre se tupía para hablar y desaparecía de la nada sin despedirse. Aunque nunca quiso mezclarme con su vida social, me seguía pareciendo muy lindo, chistoso y con gran iniciativa: íbamos a comer a lugares que nadie conocía y teníamos toda la tarde para nosotros solos. Así pasaron 4 meses, hasta que la relación dio un giro inesperado.
Como no aguanté la intriga, comencé a buscar su nombre en Internet para saber más de él (normal en gente psicópata como yo). En ese momento encontré a algunos de sus antiguos compañeros. Agregué a uno que me pareció simpático y le conté a Carlos. Me quiso matar.
"¡Cómo se te ocurre meterte en mi vida!", me gritó en medio de la calle con actitud furiosa y desafiante. Me obligó a borrarlo de la cuenta. No entendí nada, pero su reacción me despertó sospechas. Fui a la facultad de medicina a preguntar por él y.... sorpresa: no era alumno de esa carrera.
Antes de desbordarme y enloquecer con mi descubrimiento, preferí seguir averiguando. Esperé toda una tarde para verlo tomar micro y seguirlo, pero no funcionó. Así que aproveché una de esas veces en que nos juntamos para esperar que tomara su bus e ir detrás. Se subió y -con el dolor de mi bolsillo- tomé un taxi como en las películas de negros y perseguí la micro.
Cuando bajó hizo algo que no esperaba: tomó otro bus en dirección al centro. Continué siguiéndolo a morir, hasta que volvió a descender del bus casi al final del recorrido. Lo vi juntarse con un grupo de al menos cuatro amigos y todos estos se dirigieron a un skatepark.
Con las piernas acalambradas lo vi beber y fumar por una hora. Se suponía que él no bebía. Una vez que tenía mis pruebas reunidas, ya estaba lista para irme, hasta que una joven llega junto a la única amiga que le conocí a Carlos sosteniendo un coche con un bebé. Carlos se paró, la besó y se fue caminando con ambas chicas. Quedé atónita.
Era tal mi impresión, cansancio y rabia, que no resistí a seguirlos y vomitarle todos mis descubrimientos en la cara. La mina del bebé me quería matar y la otra cara de "pava" no hacía nada más que mirar. Él no decía nada.
Tomé un bus a no sé donde con tal de irme de ese lugar. Quedé como una loca de patio, nadie me creyó. Pero en el fondo del corazón de Carlos, él sabe que es un mentiroso y que todo lo que dije era verdad.