¿Te ha pasado que después de salir del trabajo tienes que esperar algo así como media hora para poder tomar un transporte hacia tu casa? ¿Y te ha pasado que, cuando lo logras, pareciera que viajas en una lata de sardinas que alguien está calentando en el microondas? Si tu respuesta es afirmativa, entonces seguramente me entenderás: ¡odio el horario punta!
Para mí es tan terrible, que intento evitarlo a toda costa. Siempre que salgo con amigos, procuro hacer hora hasta más o menos las 9 de la noche, sólo para viajar más cómoda. Intento hacer lo mismo cuando me toca trabajar, pero después de un largo día lo único que quiero es llegar a mi casa y ver un poco de televisión.
¿Y qué sucede cuando viajas en metro y, aunque pareciera que no cabe ninguna persona más, de alguna manera la gente empuja y logra meterse? Y entonces te preguntas: ¿cómo diablos lograré bajarme en la siguiente estación? Antes estabas al comienzo del vagón, pero entre tanto empuje te lanzaron al final. ¡Y nadie se mueve cuando pides permiso!
Recuero que una vez, simplemente, no logré bajarme del metro. La gente estaba tan, pero tan apretada que no logré abrirme paso (o quizás no fui lo suficientemente “bruta”). El concepto de espacio personal se pierde, y eres muy suertuda si te toca un chico lindo al lado. Pero, en general, el panorama no es tan alentador: hombres gigantes y carteras llenísimas te aplastan y golpean.
Sin embargo, lo más terrible para mí de todo esto no es sentirme como ganado, sino ¡sudar como un pollo! Poco a poco siento las gotitas caer desde mi frente y mi espalda. ¡No lo soporto! Creo que si hubiera aire acondicionado en el metro y en las micros, el horario punta no me parecería tan espantoso. Pero aquel sauna humano es mucho más de lo que puedo resistir.
Y a ti, ¿qué te parece el horario punta?