Cuando tenía un par de años menos, llegué a la conclusión de que las ilusiones son traicioneras. Esto, porque mientras más esperas que algo suceda, menos conforme terminas con el resultado o mayores probabilidades hay de que te decepciones. En cambio, si esperas nada, lo más factible es que sea la vida la que te sorprenda y te deslumbre.
Con el paso de tiempo, estas reflexiones dieron paso al pensamiento de que la ilusión es el combustible del alma. Esa “antorcha” que guía tus pasos hacia la consecución de tus sueños más queridos. Pero es verdad: trazas estas expectativas, las piensas y re-piensas, para que luego las cosas no sean como esperabas.
Así sucede en cada Año Nuevo. Usualmente, escribimos en una hoja nuestros deseos y por lo general son bastante ambiciosos. Pedir salud ya lo es, si en contrapeso bebemos en exceso o almorzamos cada día un paquete de papas fritas. El punto es que debemos poner de nuestra parte para alcanzar las metas planteadas y no pretender que éstas se darán sólo por la mágica acción del movimiento en el minutero. Así, seguimos esperando que nuestros sueños se cumplan “a propósito de nada” y llegamos al final del ciclo con una tremenda frustración.
Por eso, el justo balance entre la idea de que las ilusiones nos traicionan y la que indica que son fuerte de energía, somos nosotras mismas y el esfuerzo que pongamos. Si esperamos milagros, lo más seguro es que nos salga el tiro por la culata y no sea la ilusión la que nos traicione, sino nuestra propia desidia. Y por supuesto, hay que ser aterrizada. Si le pides al Universo que ese hombre felizmente casado e intrínsecamente fiel se fije en ti, lo más probable es que termines decepcionada. Por eso, ¡sí, lucha!; pero jamás por causas perdidas…
Para este 2016, te invito más que a escribir propósitos, a pensar qué tan viables estos son y qué hacer para alcanzarlos. Con esta fórmula, usarás tus esperanzas como el horizonte que va a guiarte y no como una densa nube de fantasía que sólo desviará tu camino. ¿Te animas a hacer el cambio?