Desde niña he apreciado la originalidad. En artes visuales, siempre escogí el diseño que nadie más quería hacer; en las disertaciones, los temas que todas eludían y cualquier cosa que marcase bien la diferencia. Nunca me gustaron las modas hechas “en serie” y siempre he buscado poner acento en mi estilo particular.
Por eso, que alguien coincida contigo en un evento social con el mismo vestido, si bien no es lo suficientemente terrible como para arruinarte la noche, es indiscutiblemente una lata. Y ojo, no lo digo por frivolidad, sino por lo incómoda que se vuelve - tanto para ti como para tu “gemela” - la velada de ahí en más.
A más de algún personaje de la TV criolla o el star system internacional le ha pasado, y es un cacho que más que el tiempo que demoraste en maquillarte o cómo luce tu atuendo, la gente se fije en este detalle. Se escriben decenas de páginas que ponen énfasis en la coincidencia y empiezan las odiosas comparaciones de a cuál se le ve mejor. Y está bien, nosotras no somos famosas, pero ¿díganme si no hay una suerte de “micro-farándula” o prensa rosa en nuestro grupo de amistades?
Además, si la otra persona tiene tu mismo tono de cabello o contextura, lo más probable es que tus cercanos se confundan, llamándola con tu nombre, haciendo bromas o evidenciando más una casualidad odiosa. No faltan tampoco las bromas “simpáticas”, del tipo “Wena, son gemelas”, “¿se pusieron de acuerdo?” o “¿fueron a la misma rebaja?”, que hace la persona del grupo que se jura original y graciosa, mientras tú sonríes de manera forzada.
En fin, tenía una compañera que era capaz de devolverse a casa a cambiar su atuendo si alguien más lo ocupaba. Yo no llegaría a tanto. Pero de que es una casualidad antipática, lo es. No queda más que desplegar nuestro encanto e intentar abordar la situación con gracia, sonriendo y anticipándose a las bromas. Así, resaltará más tu simpatía y buen humor, que el outfit de la discordia.
Y tú, ¿has llevado el mismo vestido que otra persona?