El otro día iba en la micro después de un largo día de trabajo y, gracias a la divina suerte, pude sentarme al lado de la ventana. ¡Mi lugar favorito! Iba muy tranquila y feliz hasta que la micro comenzó a llenarse. Crucé los dedos para que una persona agradable se sentara a mi lado (cualquiera que no abra las piernas como si estuviera en su casa) y, para mi suerte, se sentó una mujer de una edad cercana a la mía.
“¡Uf! Me salvé”, pensé. Pero a los pocos minutos sacó un pote de comida muy aromática, y comenzó a devorarla en grandes bocados. Sí, tal como me lees: ¡empezó a comer a mi lado!
Y lo terrible no era que comiera en sí, si no que el olor a comida era muy fuerte y para nada agradable. Creo que era charquicán, o algo así. Y como soy pésima para las confrontaciones, decidí utilizar la técnica de la respiración: inhalaba profundamente por la boca, y después aguantaba el aire hasta más no poder.
Menos mal que la mujer en cuestión tenía hambre, y no estuve tanto tiempo sufriendo por el pasoso olor. Pero cuando pensé que la tortura había terminado, comenzó lo más terrible: se acomodó en el asiento, y se quedó dormida.
¿Y qué es lo terrible de eso?, pensarás. Lo terrible es que su cabeza comenzó a irse hacia un costado, en dirección a mi hombro. En mi fuero interior estaba rogando a todos los santos para que no se apoyara en mí, pero mis plegarias fueron en vano: la mujer se durmió en mi hombro.
¡Qué terrible! Quizás pienses que exagero, pero a mí me carga el contacto físico con personas que no conozco. Y dormir en el hombro de una persona es algo tan íntimo, que no lo soporté: me moví bruscamente y la miré con odio. ¡Pero no le importó! Se volvió a quedar dormida, y se volvió a apoyar en mi hombro. Una y otra vez, hasta que finalmente llegué a mi parada y bajé de la micro. ¡Qué viaje más tortuoso!
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?