Al cumplir 30 –o al estar ad portas de esa edad- todos nuestros miedos y preocupaciones afloran amenazantes, en grupo y casi de una sola vez. Pensamos en que es hora de darle un rumbo a nuestras vidas y, para muchas, eso es sinónimo de marido y descendencia. Sin darnos el tiempo suficiente para dilucidar en cómo queremos que sea nuestra vida realmente.
Convertirse en madre debe ser la decisión más importante que hay que tomar en la vida. Es la única que no tiene marcha atrás. No hay remedio ni devolución. No hay contratos que puedas romper. Es para siempre. No importa lo “acogotada” que te encuentres, histérica, cansada o al borde del colapso. Tienes que seguir, estoica, como “debe ser”.
Entonces me pregunto ¿Qué pasa si llegado el momento me doy cuenta de que ese no es exactamente el lugar dónde quiero estar? Esa sola idea me aterra. ¿Qué pasa si no tengo instinto materno? ¿Qué pasa si soy como mi madre? ¿Qué pasa si de verdad no quiero convertirme en una neurótica, no tener tiempo para arreglarme en las mañanas, no poder leer a la hora que quiera o ver mis programas favoritos sin ser molestada?
Creo que a las mujeres se nos exige demasiado. Tareas imposibles de conseguir simultáneamente. O sea, aparte de haber sido discriminadas nuestra historia completa, hoy, cuando se supone que somos absolutamente libres –al menos en este lado del mundo- tenemos que seguir cumpliendo con ciertas pretensiones, impuestas no sé por quien.
Es casi un deber lucir siempre bien, incluso para ir a pedir pega; no tenemos derecho a engordar, porque a las gordas no las pesca nadie; ojalá arrugarnos poco y fingir que los años no han pasado por nosotras; ser buenas madres por sobre todas las cosas y, obviamente, nunca sentir que odias a tus hijos; excelentes esposas; amantes talentosas y dispuestas; y finalmente, perfectas dueñas de casa. En definitiva, tenemos que ser mujeres multifuncionales, como reza el maldito slogan de un comercial de lavadoras.
Existen miles de mujeres que quieren ser madres y cuando lo son, se dan cuenta de que no es lo que imaginaron, que ya no lo quieren más. Que odian cambiar pañales y jugar. Que aman llegar de sus trabajos y estar solas. ¿Qué se hace en esos casos? ¿Qué se hace cuando seguiste a ojos casi cerrados el “curso natural de la vida” y de repente, despiertas una mañana, y te das cuenta de que no quieres estar ahí?