Hace algún tiempo, Florence nos contó que le cargan los hombres inseguros, esos que nunca toman decisiones y que todo les "da lo mismo". Anoche me di cuenta de algo que siempre supe, pero no tenía consciencia de ello porque me llegan estas epifanías meses -o años- más tarde: yo tampoco tolero a las mujeres inseguras.
Hace unos días, estuve hablando con una chica sobre nuestras relaciones de pareja que se han ido al basurero, y de lo poco que nos interesa volver a estar con alguien. Sin embargo, a medida que ella iba contando su historia, me di cuenta que la única razón por la que había terminado su pololeo de tres años fue la inseguridad. Incapaz de decir cuánto amaba, de pedir explicaciones, de exigir respeto, o de imponer su opinión en una discusión. Y lo peor, se negaba a reconocer que se moría por volver con su ex.
Al menos para mí, las mujeres desafiantes resultan mucho más atractivas. Esas que ponen cien mil obstáculos -razonables- para que las alcances o que simplemente contradicen todo lo que dices con buenos argumentos, porque uno suele hablar puras leseras y espera que le crean sin más. No tienen miedo a dejarte en ridículo, o a herir tu orgullo, si creen que lo mereces. Hay algo en la seguridad con que hacen todo que me estimula a defender mis ideas con mayor fuerza, y a pensar más y mejor. Cada encuentro es un campo de batalla, emocionante y lleno de expectativas. Se visten como les da la gana, hablan con acentos inmejorables y únicos, caminan a su propio ritmo y no les interesa mucho darse a entender.
En cambio, con las inseguras uno se pone flojo y condescendiente. Si tomas sus comentarios de forma literal jamás llegas a buen puerto, y si supones cosas de ellas, te dicen que estás pasándote rollos. Nunca puedes acertar de lleno con una insegura, porque para el momento en que ella decide abrirse tal cual es, uno ya se aburrió. Muchas veces, juegan estrategias demasiado lateras y difíciles de tragar, sólo para asegurarse que en verdad tienes interés en ellas. Innecesariamente complejo para mi gusto.