Amo los bolsos y las carteras, pero últimamente, mi amor por ellos ha sido reemplazado por mi amor a los zapatos. Antes no entendía por qué la mayoría de las amigas de mi madre amaban los zapatos. Claro, yo era pequeña y lo único que usaba eran zapatillas, y los horribles zapatos negros de colegio. Cuando fui creciendo, empecé a incorporar los tacones en mi closet, a la tierna edad de 17 años. Mis amigas no podían creer que me atreviera a usar tacones tan joven, y la verdad es que hasta el día de hoy, hay quienes no pueden entender que use tacones días enteros con tan solo 21 años.
En primer lugar, el amor por los zapatos, en lo personal se debe a que los zapatos jamás te harán sentir gorda, o que te sobran o faltan pechugas, etc.
No hay muchas complicaciones en probarse un zapato, porque es simple: te queda, te gusta y te lo llevas. Porque siendo sincera, por más incómodo que pueda ser un zapato, si es lindo, siempre valdrá la pena... y con parches curita y algodón se soluciona todo. La moda suele no conocer la comodidad.
Por otra parte, la altura. Amo sentirme más alta de lo que soy. Me siento mucho más cómoda sobre dos tacones gigantes, que dentro de unas ballerinas planas y cómodas. La comodidad se la dejo a mi abuelita que ya no puede usar más que pantuflas.
Y por último, y esto es más que personal, es íntimo. Sucede que con tacones se soluciona mi dolor de espalda. Al parecer mi postura mejora mucho con tacones, y puedo caminar por horas si tener un dolor nefasto en el cuello.
Amo los tacones, el ruido que hacen cuando camino, cómo hacen lucir lo que llevo puesto, la postura que tomo cuando camino con ellos, la seguridad que me dan, sus formas, sus colores, sus temporadas, los amo, sencillamente, los amo.