Foto vía hhesterr Desde que tengo uso de razón que le tengo miedo a los temblores. Como se imaginarán, el 27 de febrero del 2010 fue uno de los peores días de mi vida. Nunca he sentido tanto miedo, angustia y desesperación como esa noche. El sólo hecho de recordarlo, se me pone la piel de gallina.
Dicen que en Viña no se sintió tan fuerte... Yo estaba en el piso 23, frente al mar, y sentía como todo se desmoronaba a mi lado y no podía hacer nada. Ni siquiera podía estar en pie y lo único que pensé en ese entonces era en arrancar ¿para dónde? no sé, lo único que sabía era que no quería estar ahí.
Al otro día no podía creer lo que veía en la tele. Esas imágenes de edificios caídos, calles destruídas y puentes rotos siempre lo veíamos lejanos y pensábamos "qué pena". Ahora esas imágenes se repetían una y otra vez y eran de acá, eso estaba pasando en mi país.
Pensar en esas personas que lo perdieron todo y que por milagro, lograron salvar sus vidas. Los niños que perdieron a sus padres y los padres que perdieron a sus hijos. Siempre he sido muy empática, y conocer esas historias me hacen pensar que una de ellos podría haber sido yo o mi familia.
Es increíble como ya pasó un año y recuerdo cada segundo de esos más de tres minutos del terremoto que nos cambió la vida a todos los chilenos. Definitivamente, fue la peor experiencia de mi vida.