Foto vía G ø и *
Decir que parecemos sardinas es cliché, pero descriptivo. En la mañana o en la tarde, el Metro va que revienta y uno teme ser parte de la explosión. En el ajetreo de subir y bajar, los empujones, golpes y manotazos son comunes. A veces uno no sabe si te rozan a propósito o sin querer. Pero siempre se sienten manos.
Cuando una mano me alcanza, prefiero pensar que es accidental, por mi posición o porque el tipo no lo puede evitar. Igual he sentido manos en mi trasero, pero me muevo y trato de ir lo más segura posible, evitando pensar que a mi lado viaja un pervertido. Sin embargo, es obvio que hay tipos califas que se aprovechan.
El otro día nos subimos todos apretujados y una chica le gritó a un viejo “deja de tocarme el traste”, el tipo respondió “quién te está tocando, tonta fea” y ella insistió “es obvio que me tocaste” y acto seguido le pegó una cachetada. En respuesta, el tipo le pegó un combo en plena cara. Yo no lo podía creer ¿ir apretados nos llevó a eso?
Luego de los golpes, las personas que íbamos en el carro intervenimos y obligamos al tipo a bajar en la siguiente estación. Su reacción violenta lo inculpó. Si me acusaran de algo que no hice, jamás reaccionaría así, lo negaría todo en buena onda.
Aún así, no justifico la violencia de ninguno de los dos. Creo que la mujer no tenía por qué cachetear al manos locas. Y él mucho menos devolver un puñetazo. No sé. Quizá tendría que estar en su lugar para entenderlo. ¿Les ha pasado algo así alguna vez?