Foto vía: Gudlyf
Imagínense un plato lleno de papas fritas, crujientes, cocidas en su punto, bien calientitas. De inmediato se me abre el apetito, quiero correr a la cadena de comida rápida más cercana y zamparme una porción super size. Porque si me dan a elegir entre lechuga y sopaipillas o entre una manzana y una empanada de queso, las masas fritas ganan lejos.
Son ricas, pero tienen un único problema: engordan. Lo peor es que, por una cuestión natural, nuestro cuerpo prefiere siempre los alimentos más calóricos. Es decir, podemos hacer miles de dietas y mantenernos a raya con estos alimentos, pero la necesidad de comerlos siempre estará presente. Es instintivo.
Lo descubrí leyendo un artículo que me bajó demasiado el ánimo, porque afirma que las papas llaman a las papas, tal como el slogan “no podrás comer sólo una” y nuestro organismo es feliz cuando las come. Sólo nos queda reconocer que somos monstruos ávidos de calorías.
Para lidiar con ese demonio, un consejo: es mejor dejarnos seducir por pequeñas cantidades de alimentos grasos, que seguir una estricta dieta todo el tiempo, ya que ésta nos puede llevar a crisis de ansiedad con peores consecuencias. Entonces, a comer papas fritas, pero con responsabilidad.
Por mi parte, no importa el tip o el consejo, me dejo llevar por mis instintos y siempre, siempre quiero comer papas fritas. Ahora mismo me comería un conito. Qué hambre me dio.