Hace unos dos meses, en una de esas tantas idas y venidas a Viña del Mar (donde viven mi mamá y hermano) conocí a un viñamarino al que llamaremos M., que viajaba a Santiago a una entrevista de trabajo. Apenas me senté me di cuenta que M. buscaba entablar algún tipo de conversación, como en ese momento me pareció “interesante” le di una oportunidad no poniéndome los audífonos.
Una hora cuarenta y cinco minutos después M. tomó coraje y me preguntó si acaso estábamos en Pajaritos. Bien. Una hora cuarenta y cinco minutos para que me pregunte a mí, justo a mí que con suerte me ubico con la ayuda de mi GPS de papel, dónde estábamos. Le expliqué que no era de acá, que apenas venía conociendo Chile, bla bla bla. Diez minutos después y terminado el viaje me pidió mi mail cosa que no me pareció del otro mundo.
A los dos días viajé nuevamente a Viña y recibí un desalentador correo de M. en el que me invitaba a un “pab” (entiéndase PUB). En apenas dos reglones me había mostrado su peor cara, una pila de horrores ortográficos de los que les juro no podía despegar la vista. En serio, si en algún momento me había parecido interesante todo cambió en ese preciso instante. Obvio que no quise ir a un pub ni mucho menos a un pab.
Los mails siguieron llegando con lo que consideré “extrañas” invitaciones a salir ya que siempre recalcaba que tenía que ser en Viña siendo que vivía en Santiago, freak ¿o no?. Una vez más mi cabecita empezó a maquinar un millón de posibilidades como que estaba casado, que tenía novia, hijos o andá a saber qué. Cuestión que a los pocos días, cansada de tanta ñoñes y cosa rara pasé a no responder sus correos para luego borrarlo de mis contactos. Al menos eso creí hasta ver que alguien, que no me era familiar, me hablaba por chat. Así es, era el sr. M., quien pasó de no hablar nada a vomitarme diez millones de preguntas que dispararon mi máximo nivel de alerta con su “¿por qué no me respondes? hasta el estúpido “¿estás ocupada?” cuando efectivamente mi estado era “no disponible”. Confieso que a pesar de todo sentí un ligero –ligero- “remordimiento” por mi asqueroso prejuicio gramatical y me esforcé en ser mínimamente amable, cosa que duró muy poco porque lo que otra persona en mi lugar podría haber interpretado como una jugarreta del destino o bien como una señal divina de que estábamos hechos el uno para el otro, mi magnífica mente representó como la peor de las escenas posibles cuando me contó que trabajaba a dos cuadras de MI trabajo. Mi paranoia se disparó más rápido que un rayo y automáticamente me imaginé a M. siguiéndome todos los días, cosa de saber donde trabajaba, e incluso revisando mi basura para saber pormenores de mi vida privada.
Obviamente, la cosa se puso peor cuando me empezó a bombardear otra vez con preguntas tipo “¿donde trabajas?”, “¿a qué hora sales?”, “¿dónde vives?”. No respondí ni le di tiempo a nada, simplemente lo suprimí para siempre. ¿WTF?, ¿y si M. resultaba ser un stalker?, ¿o el copycat del sicópata de placilla? Sorry destino pero no cuentes conmigo para estas “casualidades”, no funcionan con alguien 0% romántica y 100% paranoica.