De chica, siempre me gustó ir al circo, ver los payasos pegarse con esos palos que de lejos se notaba que eran de esponja, las bailarinas, sueño de cualquier niña, los trapecistas. El circo era el mejor panorama para las vacaciones de septiembre, pero siempre había algo que no me gustaba: los animales.
El circo era mi mejor panorama para matar el aburrimiento: cuando ya había terminado de ver todas las películas que me arrendaban, cuando ya habían ido mis primas a mi casa y yo a la de ellas, cuando estaba aburrida de jugar al tombo con mis amigos del pasaje, llegaba el día del circo, y era todo un evento. Mi mamá se pedía el día en la oficina, nos levantábamos tarde, almorzábamos afuera y siempre, como regla, invitábamos a un par de compañeras mías del colegio.
Me encantaban los shows, la bienvenida que te daban los payasos junto a las bailarinas, las cabritas y churros con manjar que vendían, todo, menos los animales que tenían. Los elefantes, el típico mono parlanchín, todo se transformó en un trauma cuando me percaté de la condición en que tenían a esos pobres animalitos.
Ya de grande, me di cuenta de las campañas pro animal que existen en contra de los circos. Ahora, que tengo una visión mucho más integral de las cosas, ya no veo los circos como los veía antes. A pesar de lo mucho que me gustaban, que significaban el mejor panorama para capiar el aburrimiento cuando chica, no iría de nuevo.
¿Qué les parecen a ustedes los animales en el circo?