Los primeros indicios del paso de los años no vienen de la mano con las líneas de expresión. Los trae el -para muchas antipático- calificativo de “señora”.
Debo reconocer que, como muchas amigas, a mis treinta y tantos sigo teniendo la autoimagen mental de una veinteañera y me siento como tal, es sólo que la experiencia de los años extra me ayudó a conocerme más y a trazar con precisión mis horizontes. Tengo mayores responsabilidades que en mis años universitarios y la misma energía frente a la vida. Aunque, claro ya en el espejo veo algunas canas y líneas que no desaparecen de mi cara. Sin embargo, cuando no me estoy mirando, vuelvo a sentirme como en esas fotografías de cuando era "joven".
Recuerdo que en ese tiempo tenía amigas treintañeras que se enfurecían cuando alguien en la calle les decía “señora” y yo no podía entender por qué se enojaban tanto. Eran jóvenes y regias. ¿Qué importaba cómo las llamaran?.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, me ha pasado a mí. No es una cosa generalizada, pero hay algunos patudos que me dicen “Señora, ¿qué se le ofrece?” o “¡Pregúntale a la señora!”. Lo peor es que al oír esa palabra mi cerebro evoca a una abuelita y no a la joven que aún siento ser. ¿Tan acabada estoy?. Incluso hay quienes sostienen que aparento menos edad de la que tengo. No me veo una lola, pero tampoco una “señora” mayor ¿Entonces? ¿¡Qué le pasa al mundo!?
Un día, mientras veía un capítulo de la teleserie nocturna de TVN, me di cuenta de que a la abogada que interpreta Mané Swett la trataban de “vieja”. ¡OMG! A mi parecer, en “Socias” luce bellísima y en el esplendor de sus años. Reflexionando, concluí que es un tema de imagen: décadas antes una treintañera, en efecto, era “una señora” y tenía actitud de mujer mayor; se suponía casada y si no lo estaba, era socialmente presionada a hacerlo, antes de que ‘se le fuera el tren’.
De hecho, resultaba bien visto que permaneciera en casa, cuidando a los hijos y esperando al marido, manteniendo pulcro y ordenado el hogar. Sus intereses no importaban demasiado, sino sus “deberes”. Muchos mantienen este pensamiento, consciente o inconscientemente. He allí el origen de las “señoras treintañeras” (creo).
Sin embargo, nuestra generación ha sido protagonista de un cambio sustancial: la imagen que la mujer tiene de sí misma es hoy muy diferente. Nos sentimos plenas, vitales; capaces de lograr nuestros objetivos de vida sin “plazos prefijados” para cumplir expectativas sociales. Hacemos lo que queremos y cuando nos nace. Podemos hacer, deshacer y rehacer, independiente de la etapa en la que estemos. Nos sabemos bellas pese a las marcas de la edad, porque que cada año que pasa nos proporciona más encanto.
Repartimos magistralmente nuestro tiempo entre hijos, pareja, trabajo, amigas y – algo fundamental – nosotras. ¡Nos damos permiso para escucharnos y disfrutar lo que nos gusta! Sea esto un café con las amigas, una clase de yoga o el inicio de nuevos estudios. Eso incide en que prolonguemos nuestra juventud y la vivamos llenas de vida. Por eso nos sentimos violentadas cuando nos echan años encima, porque somos jóvenes en espíritu y actitud.
Por lo mismo, ¡No importa lo que digan! Ya sé que atrás quedaron hace rato las distinciones entre “señoras” y “señoritas”. Hoy soy madre, hija, amiga, pareja; mujer simplemente. Sí, treintañera… ¡pero ilimitada!