Las compañeras de mi hermana adolescente deliran con tomar un “año sabático” finalizando cuarto medio. Tanto así que ella misma se ha sentido atraída hacia la idea, pese a sus ansias por iniciar prontamente estudios de psicología (si es que en la PSU la Fuerza la acompaña).
Claro, es un seductor escenario, sobre todo si cuentas con ahorros o dinero suficiente para viajar por el mundo. Pero no todo es color rosa: si lo pensamos detenidamente, el trabajo de casa suele superar e incluso doblar el de la Universidad u oficina, con el agravante de no tener horarios. Dejando a un lado esta consideración obvia – y tomando en cuenta que se trata de una niña sin grandes obligaciones – tomar un paréntesis es una idea que tiene dulce y agraz. Dulce, porque implica postergar las obligaciones para dedicarte a las devociones. Agraz, porque el vivir pausado durante un tiempo largo acaba por fastidiar. Después de todo, creo que ¡estamos programadas para la adrenalina! No obstante, la primacía de lo dulce depende de que sepamos cómo llevarlo. Personalmente, al terminar mis estudios universitarios y tras varios meses de infructuosa búsqueda de empleo, opté por oír las recomendaciones de amigos e interrumpir mi campaña algunos meses, para disfrutar de ese tiempo junto a los míos. Me pareció una hermosa idea. Sin embargo, no consideré que ellos tenían entonces sus propias obligaciones (mi hijo, el colegio y mi pololo, estudios y trabajo) por lo cual el tiempo para compartir mi “ocio” resultó bastante escaso. Asumiendo este punto, busqué actividades para ocupar el tiempo, que quise tomar como “un regalo”.
Fue entonces que me aboqué a actividades de mi agrado, como escribir una “bitácora de la cesante” y “las crónicas del ocio”. Me hice fan del juego de moda en ese entonces (City Ville) y construí en él una ciudad increíble. Tomé clases de danza árabe, aeróbica y tejido. Me aboqué a ciertas tareas del hogar. Sin embargo, aunque parezca insólito, sí me faltaba aquella adrenalina del trabajo con presión, el informe por entregar; ese ritmo ajetreado de la vida, que tantas veces cuestioné pero terminé extrañando. Aún así, fue un periodo enriquecedor, precisamente porque no fue sólo ocio. Me encontré conmigo, con mis intereses, con mis afanes. Y lo logré porque me mantuve ocupada.
Hoy me siento feliz de tener trabajo, estudios y mil cosas por hacer. ¡Aunque a estas alturas, ansío vacaciones, jajaja! Pero me gusta ese ritmo ágil que implica el compatibilizar ser madre, mujer, profesional y amiga. Las actividades constantes son un desafío intelectual que enriquece, que necesitamos, aunque sin perder de vista dedicar tiempo a nosotras mismas. ¡Saber qué queremos, qué nos gusta y qué nos disgusta! Allí radica la importancia de las pausas: el saber tomárselas. No lamentando estar cansadas y abocándonos a la nada, sino trabajando en nuestro interior. Pensando esto, recomendé a mi hermana que si toma su “tiempo sabático”, más que dedicarlo al ocio sin fin - que cansa y aburre - le saque lustre: se escuche y se consienta. Que se mantenga ocupada, pero en aquello que la motiva. Y luego, que vuelva recargada a la rutina de la vida. Esa que nos prende, nos desafía, nos enseña y hace que las cosas pasen. Y que, enriquecida por paréntesis más activos que pasivos, nos ayuda a definir mejor nuestro plan de vida.
Foto CC vía Oprah.com