Conversando este fin de semana con una de mis mejores amigas, ella se preguntaba por qué si suele fijarse en chicos como Bon Jovi (rockeros, cabello largo, musculosos y atractivos) termina enganchándose justamente del prototipo opuesto: su actual pareja es más bien un geek. Bajo, moreno, flacucho y usa lentes de marco grueso. Sin embargo, dice que conversa un par de minutos con él y se siente encantada. Literalmente en las nubes. Y aún más, lo mira a los ojos y la dulzura que le transmite al verla la lleva a sentirse intensamente atraída.
Es claro que todo “entra por la vista”. Pero no se sostiene en eso. Un chico guapo (que parezca modelo top o galán de teleseries) obviamente llamará la atención de la concurrencia femenina a la primera ojeada. Sin embargo, al profundizar el vínculo, conocerse y conversar, salen a relucir otros aspectos mucho más relevantes: la correspondencia de sus gustos e intereses con los nuestros, lo atento o preocupado que pueda ser, si sabe escuchar y la forma en que razona (tengo la más firme convicción de que la inteligencia es lo que más seduce). Y ¡zas! de repente aquello que no teníamos en común con la réplica de Robert Pattinson, puede que sí nos haga enganchar del clon de Adrián (sí, el de los dados negros)
Personalmente, mi pololo me pareció atractivo y fascinante en nuestros primeros encuentros. Me gustaba su presencia imponente y varonil. Llenaba los espacios. Además, tenía una sonrisa muy bonita, lindas facciones, imposible no notarlo. Sin embargo, fue cuando conversamos y nos hicimos “amigos” que enloquecí por él. No sólo era guapo: además era culto, inteligente, “cat lover”, justo y respetuoso de todo ser vivo. En fin, podría escribir páginas y páginas al respecto. Pero el punto es que, si bien la atracción física es importante, es la atracción intelectual la que prevalece. Después de todo, del encanto y seducción que puede producir una mente brillante no te liberas ¡ni aún cerrando los ojos!