Todos alaban lo bien que me veo cuando aliso mi cabello. Sin embargo, debo admitir que ¡no me gusta hacerlo! La plancha del pelo y yo somos acérrimas enemigas, por más que hasta a mí me gusten sus resultados frente al espejo.
En los tiempos que corren, todas las chicas tienen su inseparable alisador en la cartera. Los hay de distintos tamaños, transportables y bonitos. Cuando recién comenzaron a masificarse, me sentí muy tentada de adquirir uno. ¡Y bueno, al poco tiempo me lo regalaron! Pero fue inútil: me da una lata increíble estar plancha que plancha, mecha por mecha. ¡Y no crean que no lo he intentado! Además, no me resulta. Siempre vuelven las onditas.
Trabajé con una chica tan hueca que me tomó una mala descomunal por el simple hecho de no ser amiga de este artilugio. ¡Y tampoco es que ande como la Chimoltrufia o una versión moderna de Medusa; simplemente NO me gusta usarlo! En un par de ocasiones, algunas amigas me han alisado el cabello y no sé cómo lo hacen que ¡les queda perfecto! A mí no, no tengo paciencia. No hay caso. Y ¡ojo! a ellas les acepto “plancharme” sólo porque es “de vez en cuando”. ¡Me desespera estar sentada tanto rato sin hacer nada! Y que: arriba la cabeza, bájala, pónte así. ¡Puaj!, noooo, soy causa perdida.
La mayoría de las veces, salgo apurada de la ducha y tan sólo cepillo bien mi “melena leonina” (como decía un profesor). No se ve mal: es mi sello. Me gusta llevar el cabello así, ondulado. Tipo “Jade” (El Clon) o “Morena” (La Guerrera). Creo que me queda bien. Sí, lo que se lleva es el liso extremo y yo parezco un bicho raro por no sucumbir a los encantos del alisador. ¿Y qué? Como dice mi hermana: “no miro, ni copio; tengo mi estilo propio”.
¿Ustedes qué opinan? ¿Seré la única para la cual la plancha del pelo no es un “must”?