Típico: tenemos una pena de amor y absolutamente todos los hombres se vuelven los peores seres humanos del universo. “¡Es que son todos iguales!” nos decimos convencidas, usando un pijama de vieja, con una caja de pañuelitos al lado y un buen helado de compañero.
Son esos minutos en los que la raza masculina se transforma en el enemigo número uno y nosotras, enarbolando la bandera de la autosuficiencia, cantamos victoria diciendo que lo podemos todo sin ellos. Total, son todos unos giles, básicos e inmaduros.
De repente cambiamos un poco de opinión cuando se nos aparece un tal Ryan Gosling en “Diario de una pasión”… ¡tan romántico y varonil! pero, claro, es una película. Ninguno se va a dar la lata de escribir 365 cartas. Es ficción. Así que los hombres continúan estando en ese extremo de la realidad en que todavía siguen siendo todos unos giles. Tan poco románticos, tan calientes e impulsivos. Tan… ¡tan!
Exacto, algo te hace ¡tan! en el corazón y te da un vuelco: apareció un “alguien” que podría hacernos cambiar de opinión. Aunque sea un poquito ¿no? Porque quizás no todos los hombres son iguales. A lo mejor, tal vez, podría ser. Pamplinas, ya pasaron un par de semanas y nos estamos enamorando de nuevo. “Es que él es distinto”, nos decimos, con la bandera no tan enarbolada esta vez, pero cantando victoria porque el corazón está volviendo a creer. Y se siente bonito eso.
Suelo decirles a mis amigas cuando están pasando por esta etapa antihombres: “no te preocupes, ya llegará un Juancito a tu vida”, haciendo alusión a la persona que me hizo dejar de odiar al género masculino luego de terminar con el gran amor de mi vida (cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, no necesariamente se tiene que llamar Juan ¿o sí?). Pero fuera de bromas, siempre hay alguien o algo que te hace volver a creer, que te hace volver a sentir y vibrar.
Porque aunque Arjona diga que no pueden vivir sin nosotras, seamos sinceras y asumamos que tampoco podemos vivir sin ellos. Es que algunos chiquillos están ¡bien buenos! Simplemente, el problema está en que a veces miramos al lado equivocado o apuntamos a la canasta errónea. Y entre prueba y error, resulta que podemos encontrar a ese “Juancito” que nos alegra los días, que nos pone felices y nos hace andar con la sonrisa pegada al rostro, incluyendo brillo en los ojos.
No podemos meterlos a todos en el mismo saco. Giles hay en todas partes, pero de que alguno se salva, se salva. Con fe, no más, chiquillas. No perdamos la oportunidad de amar o de pasarla bien por pura falta de confianza o tener miedo a sufrir porque el pololo anterior se comportó como un perfecto y soberano idiota. Démosles una oportunidad, no se pierde nada con intentarlo (el pijama, los pañuelitos y el helado siempre van a estar en caso de emergencia).
Foto CC vía Flickr.