Puede ser a causa de que desde muy niña solían interrumpir las actividades que más me entretenían - justo en los momentos de mayor concentración - para mandarme a hacerlo, pero lo cierto es que ordenar no es uno de mis deberes favoritos: es más, ¡lo detesto!.
No es que me agrade vivir en el más absoluto caos y desastre, al contrario. Siempre se valora una bonita decoración en correcto ornato. El problema es que, si de mí dependiera, contrataría a una señora que se encargara de estos menesteres (o a un regimiento de ser preciso). Esta actividad definitivamente no me agrada y me pone de un genio de los mil rayos, aún más cuando se ha dado en cualquiera de estas clásicas circunstancias:
1. Eres niña - o adolescente - y estás inmersa en tu particular paraíso mental, con hadas, unicornios y princesas (o príncipes minazos, dependiendo de la edad). Y de pronto ¡zas! Te sacan de tu ensoñación como quien despierta a un sonámbulo para enviarte a ordenar. ¡Detestable!
2. Ya eres mayor y estás ocupada leyendo un buen libro, haciendo tu tarea o absorta en tu hobby irresistible (pintar, escribir un cuento, jugar play, chatear con tu prospecto o enterarte del último y más sabroso “chisme” escolar/universitario) cuando de pronto irrumpen en tu espacio sagrado esgrimiendo que tu pieza está hecha un asco, que debes reestablecer la armonía entre tus objetos y todo lo demás (incluyendo a tu galán) puede esperar. ¡Grrr!
3. Ya eres adulta, pero aún vives con tus padres. Trabajas o estudias de lunes a viernes, destinas un día del finde a tus afectos (amigos o pareja) y lo que más anhelas en la vida es tener una jornada de simplemente “hacer nada” (lo que debiera ser un derecho garantizado por la Constitución, ¿no creen?) Pero ¡horror! Justo aquel día en que esperas descansar, tu familia determina que impera reestablecer “el orden” y el asueto se va al carajo, junto con tu buen ánimo y tu propósito de reponer energías para iniciar bien la semana.
Lo peor de todo lo anterior es que el “mandato” de poner cada cosa en su lugar no se da “cuando puedas/quieras”: tiene que ser “right now”, en el preciso instante en que te encuentras funcionando con la reserva de energía y preferirías que viniera un zombie y te engullera de una vez, besar a una rata o comer insectos antes que pensar en dónde dejar los objetos “sobrantes” y cómo decorar de mejor forma tu pieza.
A nuestra edad, con la libertad que da tener tu hogar propio (o junto a tu pareja), puedes resolver qué día, cuántas horas y de qué forma destinar tiempo a estos antipáticos quehaceres. Conversar con la persona junto a la cual escogiste vivir y determinar cómo y cuándo ordenar, estableciendo ciertas “reglas” de convivencia, de mutuo acuerdo (no impuestas). Sin embargo, cuando acarreas el trauma de que el orden siempre haya entorpecido tu vida y arruinado tu jornada, no puedes evitar el sabor amargo que te deja el tener que dedicarle un par de horas. En fin, ¡a ordenar! No todas las tareas son gratas, pero sí necesarias.
Y a ti, ¿te gusta dedicar tiempo a estos menesteres?