Cuando mi cabeza está hecha un hervidero, hay algo - aparte de escribir - que vuelve las cosas a su lugar. Me hace sentir relajada, me abstrae de mi universo de preocupaciones y me envuelve en una mágica realidad paralela, de la cual regreso renovada a la nuestra: nadar.
Debo admitir que aprendí hace muy poco este deporte y aún no lo hago como un pez en agua (literalmente hablando). Fue mi pololo quien me estimuló a esforzarme por aprender, pese al terror que inicialmente me causaba mantenerme a flote. ¡Sentía que caía! Lo que él me enseñó lo perfeccioné con la maravillosa guía de Claudio y Paulina, profesores de Aquavitta, quienes me dieron unas entretenidas - y económicas - clases personalizadas. Así es como ahora puedo no sólo mantenerme a flote, sino además avanzar - braceo y pataleo mediante - a través de las aguas ¡y es lo máximo! Como si volara.
Siento que este elemento me limpia el alma, poniéndome alegre y risueña. Como quien dice, “me lava las penas”. Reestablece mis energías y las equilibra. El sólo hecho de contemplar el agua, ya me hace sentir fresca, viva y relajada. No puedo pasar mucho tiempo en ambientes lejanos a ella. ¡Me desespero! Necesito sentirla cerca y ojalá vivirla, disfrutarla.
Lo bueno es que - a pesar de ser otoño y aproximarse el invierno a pasos agigantados - existen diversas piscinas temperadas en las que aún se puede chapotear, jugar y recuperar con ello un poco de infancia. Flotar y descubrir. Porque sólo este elemento vital tiene la magia de transportarnos a nuestros mejores años. Además, nadar es un excelente ejercicio, ya que quema grasas, fortalece y tonifica nuestros músculos (corazón incluido) y optimiza la capacidad pulmonar. ¿Qué mejor?
Y tú, ¿te animas a disfrutar la piscina todo el año?