Recuerdo cuando era adolescente y mi panorama favorito consistía en visitar la Biblioteca Nacional. Durante varios años, mi alternativa ideal para pasar el tiempo libre solía ser perderme entre las colecciones de libros, revistas, viejos diarios y exposiciones en el “Salón Azul”. Ciertamente, era un lugar donde me sentía bien y cómoda.
Llegaba poco después del almuerzo y me iba cuando cerraban. Ya conocía al encargado y todos los mecanismos para solicitar mis textos de mi interés. Me entretenía mucho leyendo la revista política “Topaze” y su forma humorística de tratar la contingencia hace varias décadas. También me sumergía en los románticos mundos que creaba Sandra Byron en la revista “Miss 17”, que a las quinceañeras de entonces nos hacían delirar. Revisaba diarios y noticias antiguas, investigando aquellas que me provocaban más impacto. ¡Lejos, lo más entretenido, fue revisar qué reportaba la prensa en el día de mi nacimiento!
Por aquel entonces, pertenecía al círculo de amigos del “CRA” (Centro de Recursos del Aprendizaje) en mi Liceo, por lo que permanentemente llegaban invitaciones de eventos organizados por la Biblioteca: charlas, seminarios, muestras artísticas y un largo etcétera. Por supuesto, no me perdía ninguna. ¡Incluso fui al lanzamiento del libro "Cuentos", de Poli Délano! Conseguí un ejemplar autografiado, que años más tarde presté y jamás me devolvieron. Pero esa es otra historia.
A tanto llegaba mi afán por la Biblioteca - el cual se prolongó de adulta, en mis años universitarios - que ¡me iba a estudiar allá! ¿Qué tal? Me imaginaba inmersa en un mundo de libros por el resto de mi vida. Me sentía como una más de ellos, llena de historias, de imaginación. ¡Ansiosa por absorber conocimientos y fantasías!
Creo que lo mejor de la Biblioteca es que - además de su bella arquitectura y los cómodos salones de que dispone - implica un verdadero viaje a través del tiempo. Porque metida allí, indagando en los sentimientos y sensaciones de los autores, me transportaba hasta la época en que plasmaron toda esa vorágine de mente y corazón en el papel. Y lograba así trasladarme a un sinnúmero de épocas y lugares diferentes.
Aunque el ritmo de la vida y las obligaciones cotidianas me impiden hoy perderme una tarde completa - como antaño - en la Biblioteca, es algo que en algún momento espero retomar. ¿Cómo? Se preguntarán. Pues bien, ahora hay muchas instancias: más Bibliotecas, algunas de las cuales abren incluso los fines de semana. Espero que mi hijo se anime a soltar su Play Station y acompañarme, para dejarse encantar por el increíble mundo de la lectura.
Sin embargo - y aún con la diversificación de la oferta -, la Biblioteca Nacional siempre tendrá algo mágico. ¿No lo creen?
Imagen CC germeister