Clásica discrepancia de pareja: nosotras, buenas para argumentar como solemos ser, buscamos hacerle comprender nuestro punto. Ellos, por su parte, no desean discutir ni quieren entender nada. Entonces, sólo ríen o nos ignoran, actitud que - lejos de calmar las aguas - no hace más que atizar el fuego. ¿Te suena conocido?
Así es. Porque - como mujeres que somos - nos esmeramos en mantener una buena comunicación con la pareja, hablándole largo y tendido respecto de lo que sentimos o pensamos. Si algo nos desagrada, no dudamos en exteriorizarlo, de la misma manera en que les manifestamos amor. Y bien, somos así: si no hablamos nos sentimos “atoradas” y - después de todo - la gente se entiende a través del diálogo. Pero ellos no parecen entenderlo de esa forma. Claro, porque cuando ya hemos escogido - y hasta ensayado - las palabras adecuadas para expresar nuestro malestar, apenas parecen oír la mitad. Aún peor, se distraen con los resultados del último partido. ¡Rabia nivel omega! ¿O no?
Bueno, chicas: nada que hacer respecto al tema, ya que los hombres - por una cosa de género - están más diseñados para proponer soluciones que para ser empáticos con nuestros sentimientos. Por lo mismo, si ante nuestro “discurso” no ven instancia en la que puedan aportar, simplemente “se desconectan”. Así, tal cual. Por más que nos propongamos llegar a acuerdos mediante el diálogo, cualquier intento es infructuoso. Él se va a abstraer de la conversación, a no ser que perciba que se requiere alguna “propuesta” o “intervención justiciera” de su parte.
Lo mejor para “consensuar” el problema y - cuando menos - lograr transmitirle el mensaje, es elaborar un discurso más conciso y menos detallado. Un breve - por favor, cortísimo, en serio - “punteo” de lo que nos molesta, haciéndolo partícipe de la búsqueda de una solución. Sólo así lograremos sacarlo por unos segundos de la “caja de la nada” para comunicarnos adecuadamente.
Ustedes, ¿tienen algún otro “truco” para disponerlo a un diálogo fructífero?
Imagen CC Toño Ortiz