Las redes sociales lo son todo hoy en Internet. Marcas como Instagram o Snapchat crecen de manera estratosférica y cada vez más gente se contacta día a día. Sin embargo, tú sabrás que una cosa es conocer gente por Internet pero una cosa MUY diferente es tener una relación sentimental virtual. Bueno, hoy voy a contarte mi historia de amor del ciberespacio a la vida real.
Un poquito de mí, para contextualizar. Tengo 32 años, trayectoria amorosa torpe - como muchos de los que buscamos el amor en Internet - y difícil. Agradecido eso sí de lo aprendido. Sin hijos. Profesional e independiente en tiempos, dinero y vivienda. Esta historia se ubica cuando llevaba dos años soltero, pero no solo, como dicen por ahí. Llega un momento en que los excesos te pasan la cuenta y sientes necesidad de "sentar cabeza", de buscar a esa compañera de vida con quien ir más profundo. Como ese bichito ya me estaba ya picando, fui disminuyendo el carrete y centrándome. Cultivé mi mente y mi estabilidad emocional, dándome tiempos para compartir más sanamente.
En eso estaba, jurando de guata que entre los amigos y el clásico "yo te presento a alguien" saldría la susodicha, pero no. En mayo de 2014, mi cumpleaños n°30 lo pasé rodeado de amigos pero con una soledad tremenda en el corazón. Así que uno de mis deseos al soplar las velas fue que apareciera esa mujer. La única y final. Curiosamente esa misma noche, al otro lado del mundo - en Guadalajara, México - una chica de 26 años sufría un quiebre amoroso. Era una chilena que vivía un intercambio de seis meses en México y ni se imaginaba lo que vendría.
Al día siguiente, desperté decidido a cambiar. Venía de unas largas vacaciones en Nueva York y México, creando contactos y conociendo lugares que reconfortaban el espíritu. Me entenderás que uno debe estar en otra disposición para notar el amor tocando a la puerta. Así un día, entré a mi Facebook y mientras conversaba, me metí a mirar las sugerencias de amistad. Y ahí apareció. Su foto de perfil mostraba su cara pecosa y su pelo colorín. A mí me pareció la más linda del Universo. La agregué en un impulso - porque no teníamos amigos en común ni nada - y luego seguí con mis cosas.
En junio viajé con mi mejor amigo siguiendo a Chile al mundial de Brasil, por lo que el trajín me atrapó y terminé por olvidar que le había enviado una solicitud de amistad. Una semana exacta después, ella me aceptó. Estaba en un bajón por su término amoroso y al ver que yo era chileno, la distancia y sentirse sola ayudaron, según me confesó posteriormente.
Conversamos inmediatamente. Ella revisó mi perfil - muy bien, no se fuera a tratar de uno de esos tantos psicópatas de la red - y yo el de ella. Encontré que era de todo mi gusto físico, pero si algo había aprendido era que sólo conociéndola bien a fondo podría saber si era la mujer que buscaba. Me habló de sus estudios de arquitectura y su intercambio en Guadalajara, yo de mi trabajo como médico y cómo buscaba conocer gente fuera del área salud. Hablamos de nuestro gusto por los viajes, por la fotografía y sin darnos cuenta, fuimos compartiendo horas y horas. Comenzamos con eso que uno siente cuando conoce a alguien nuevo.
Ella vio que yo había viajado a Nueva York y ella iba prontamente, por lo que pidió datos para el viaje. Ambos reconocemos que fue ahí que el flechazo empezó. Empezamos a echarnos de menos. Extrañaba las conversaciones, las risas, cambiar el mundo juntos. Ya luego de un mes de relación virtual, ella me hizo la broma que se quedaba en México para siempre. Aún se ríe de eso. Con eso en mente partí al mundial de Brasil, pensando si pasarlo bien como soltero o cultivar esta relación a distancia. Contrario a lo que había hecho en mi vida anterior, opté por lo segundo. Un sacrificio necesario.
Durante Brasil, lo pasé increíble. Fútbol, alentar a Chile, fiestas, cerveza y playas por montón. No soy un mentiroso así que miré harto, pero no probé nada. Cada noche hablaba con ella. Cuando volvió de Nueva York acordamos que vendría y que yo iría a buscarla al aeropuerto para al fin conocernos. Volví del mundial muy contento y expectante, a diferencia del resto de los chilenos, pero debo reconocer que me comían los nervios. La cuenta regresiva comenzaba. Y así llegó el momento. La noche anterior a su llegada no pude pegar un ojo.
A las diez de la mañana era la hora de arribo. Estaba allí a las 9:30, pues no sería bien visto llegar atrasado. Demacrado por no dormir, tal y como era, llegué. Pensé en llevarle flores pero era muy cliché y podía asustarla - me lo sacaría en cara hasta el día de hoy - así que llevé un chocolate Capri por si venía con hambre. Pobre, pero honrado. El vuelo se atrasó una hora y media. Me había dicho que la reconocería por las maletas grandes - no en vano había sido medio año - pero para mí su cabellera colorina sería determinante.
De pronto, a través de la puerta de vidrio automática, apareció su silueta, arrastrando apenas el carro con las maletas pesadas. Mi corazón se saltó dos o tres latidos. Corrí a un lugar donde pudiera verme y sentirse tranquila - ella después confesó que se moría de susto de que yo no llegara a buscarla - y sonreí. Simplemente sonreí y la miré fijo. Ambas miradas de cruzaron. Nos imantamos. Sonreímos. Ella corrió y me abrazó. Cinco minutos de un abrazo que sentí como horas. Pedí que me mirara pero ella no se soltaba. La vergüenza, el miedo, las ansias, pasaron a otro plano. Fue mágico. Primera vez que nos veíamos, que nos sentíamos, que nos olíamos y no hubo un momento de duda que era lo que ambos queríamos.
De aquél día ha pasado casi dos años, y nuestro pololeo sigue. Hemos vivido experiencias increíbles juntos y otras amargas, apoyándonos el uno al otro. Así ha sido este impulsivo y loco amor. Te aseguro que te podría pasar lo mismo si lo intentas con el corazón. Y la próxima vez que pidas un deseo para el cumpleaños,ten presente que al igual que a mí, se te hacer realidad.