Cumplí 30 y una oleada de embarazadas se coló en mi vida. Las hubo por mal cálculo, sorpresa y planificación, la cosa es que me vi rodeada de dolores de espalda, cerveza sin alcohol, sensibilidad extrema y un miedo gigante que ninguna quería reconocer.
Es que no tienen idea de la cantidad de veces que el famoso estado de Facebook “Hijo, te amo, no veo la hora de que llegues” me sonaba más a un “demórate todo lo que quieras, porque me aterra no tener idea sobre qué hacer contigo”. Duro, pero cierto: a las mujeres se nos enseña a no quejarnos ni a dudar en público y en este escenario es increíble la cantidad de miedos que no se manifiestan y las emociones que no se permiten expresar por ser “incorrectas”.
Y es pasado los nueve meses cuando la situación se vuelve realmente catártica. La falta de horas de sueño, el tener que darse una ducha una vez a la semana, el dolor de las pechugas, espalda y/o cesárea son claramente una bomba de tiempo. Entonces ¿Por qué no sería normal romper en un llanto desesperado en vez de atender a las visitas con una sonrisa para trancar la puerta, ojeras hasta el piso y el cabello grasoso?, ¿Por qué no es normal estar chata un rato de ese bebe que grita sin parar? ¿Eso nos convierte en malas madres, en mujeres desnaturalizadas acaso? Y todavía más a futuro ¿Por qué toda mamá “desclasifica” esos recuerdos cuando los niños ya están grandes y no en el momento en que realmente querían gritar, llorar o permitirse sentirse cansadas?.
Realmente no lo sé, aun no soy madre pero he tenido el privilegio de darme cuenta de estas cosas a tiempo y así poder encerrarme con mis amigas en el baño, en su dormitorio o en algún huequito del hogar donde quepamos las dos, mirarlas a los ojos y decirles con mi característica honestidad bruta pero llena de buena intención: “¿ Y tú crees que no se te nota?, ¡¡Llora acá!!, nadie te va a ver si eso es lo que te preocupa” y contenerlas en un abrazo mientras se desahogan como cabras chicas y les repito como un mantra que “es normal sentirse así y que están a años luz de ser malas personas o malas madres por eso”.
Es que esto es lo que somos siempre ante una primera experiencia: cabras chicas que no tienen idea de cómo enfrentarse a los tremendos desafíos de la vida. Niñas que necesitan a su mamá, tías, primas y amigas apoyándola, más que visitando protocolarmente al bebé. Hombros donde llorar o personas que le tengan al bebé un rato mientras ellas van al baño, se duchan por media hora o duermen una rica siesta de media hora más.
Claro que esta sensación no dura para siempre. El tiempo hace lo suyo y hoy Lucas, la Anto, Catalina y Alfonso corren, dibujan y juegan; mientras sus mamás Nicole, Karla, Valeria y Lorena trabajan y hacen cosas tranquilas, sin culpa y sin sonrisas tiesas, con la plena convicción de lo que son, al menos ante mis ojos: Las mejores mamás del mundo.
Imagen CC James Goodman Photography