De todas mis mañas, la que les contaré ahora es la peor. No es que me crea dueña de la verdad, tampoco soy una sabelotodo, pero sí me cuesta reconocer que el otro tiene una versión diferente de ciertos hechos o acontecimientos. Es cierto, no soporto que me contradigan.
Parece que esta maña me acompaña desde que era muy pequeña. Es más, recuerdo un hecho puntual cuando iba en segundo básico. Un compañero decía con total seguridad que la palabra iba era con V. Yo, que desde muy chica adoré la lectura y la escritura, estaba muy segura de que era con B. La cosa es que estuvimos todo un día peleando. Me harté de su contradicción a mis palabras y decidí rayar su cuaderno con diferentes colores. Era una manera de desahogar mi rabia.
Ahí descubrí que toleraba bien poco que otro me contradijera. Porque la cosa no quedó ahí con el libro rayado. Llegando a mi casa, decidí arrancar la hoja donde venía el correcto uso de la palabra “iba” de un diccionario de ortografía. Al otro día, pegué con cola fría, en uno de sus cuadernos, la hoja con la palabra iba destacada en rojo. Al ver la cara de frustración de mi compañero, sonreí casi con maldad.
Aunque es una historia de niños - que por supuesto, está llena de ingenuidad -, fue el comienzo de lo odioso que me resulta cuando la gente me contradice. Pero esto me pasa especialmente cuando alguien se mete con mi rubro. Y lo que más me hierve la sangre, es cuando alguien muy suelto de cuerpo va y me dice: “¿Estás segura? ¿Dónde lo leíste? Porque según yo, no es así” y bla, bla, bla. Ay, qué rabia.
Sin lugar a dudas, muchas veces creo tener la razón, pero me he equivocado. Creo que esta maña se relaciona mucho con mi falta de tolerancia. Claro está que lo he aprendido a controlar. Ahora, sé escuchar. Creo que ahí está la clave para combatir este mal: lograr una buena comunicación. Porque, no sacamos nada con pasar rabias si no sabemos cómo llevar la situación. Aprendí también a tomar las cosas más light, ya que nadie es dueño de la verdad absoluta.
Finalmente, esa es mi recomendación. Si sientes que sufres este molesto capricho de tener la verdad siempre, relájate, cuanta hasta mil y piensa que nadie tiene. Aprende a escuchar, créeme que te sentirás muchísimo mejor. Y ojo, que al igual que yo, esta conducta aparece desde que somos pequeños.
Y a ti, ¿también te carga que contradigan tus palabras? ¿Cómo lo manejas?
Imagen CC Carlos de Paz