El amor. Hermoso sentimiento que nos vuelve locas y un poco tontas. Nos enceguece; tanto, que no somos capaces de ver la verdad frente a nuestros ojos. Y es aún peor cuando quien amas es el que la oculta.
La vida nos juntó por motivos laborales, pero había “algo” tan especial cuando estábamos juntos, que no nos dimos cuenta cómo pasamos de las reuniones por trabajo a las juntas por diversión. Llamadas para ver un video - o para que escuchara un tema en alguna radio - se hacían frecuentes. Los mensajes que se desprendían de esas canciones expresaban más de lo que nos atrevíamos a decir. Siempre de frente, pero con un extraño temor, disfrutábamos sin ponerle nombre a lo que teníamos. Como era de esperar, estábamos enganchados de una forma diferente a todo lo vivido. Ambos, locos y sin vergüenzas, nos mostramos tal cuales éramos, sin secretos. Sin embargo, todo cuento tiene su pero, y aunque yo estaba dispuesta a jugármela a mil, una extraña noticia rompió todo lo formado hasta ese instante.
Me llamó una tarde: pasaría por mí al trabajo y lo acompañaría a comprarse ropa. Elegimos un terno que calzaba perfecto con su cuerpo alto y bien parecido. Elegí la corbata e incluso le probé la camisa. Se calzó los zapatos y modeló la tenida completa frente a muchas que miraban lo bien que se veía. Era ideal; parecía un príncipe. En ese momento me abrazó fuerte y con lágrimas en los ojos, me dijo que sería papá, que su ex estaba embarazada desde antes de que terminaran, que él no lo sabía y que el traje que habíamos elegido era para su matrimonio.
Las historias de amor no siempre tienen final feliz. Pero si no resulta con un príncipe, de seguro hay otro que espera por ti. Me gustaría decir que nunca más lo vi, pero no fue así, y aunque esa historia es para otro día, estoy feliz de que haber roto esa burbuja y conocido la verdad. Admitamos que tuvo estilo. Al menos lo vi de novio antes que la novia y sé que nunca se olvidará de eso.
Imagen CC Juan Diego Marín