Debo reconocer que si hay una cosa que temprano me arruina el ánimo, ésta es abrir la tapa de mi enjuague bucal. El de mi marca favorita tiene un sistema de cierre bastante particular, al igual que ciertos medicamentos “a prueba de niños”. El problema es que también es un seguro anti-adultos, anti-terrícolas y anti-todo ser viviente, pues acceder al contenido es francamente una tortura.
Las instrucciones dicen claramente que debo presionar el lomo de la tapa y luego, girar en la dirección que indica la misma. ¡Y créanme que lo hago! Pero la muy condenada se resiste a abrir, impidiéndome avanzar con mi rutina. ¡Qué rabia! La situación llegó a tal punto que esta mañana, ya hastiada, corrí hasta la cocina en busca de un cuchillo carnicero y luego, con mi mejor cara de psicópata, me abalancé sobre este objeto hasta partirlo en dos mitades. Sorry, pero ¡me sacó de quicio!
Y ahí quedé, con una porción del preciado líquido enjuagando mi boca y el resto del contenido desamparado, en un frasco sin protección, expuesto a volcarse. Afortunadamente, las tapas de bebida le hacen (paso el dato). Les juro que he pensado en dejar de comprar la marca sólo por este detalle; pero me gusta tanto el producto que finalmente terminó volviendo a caer (y reincido en el asesinato de una nueva tapa anti-todo).
Sé que no soy la única en convivir con estas molestias. Mi mamá discute constantemente con un frasco de vitaminas y tengo registro de que varias amigas que experimentan dramas similares. Señores del laboratorio, ¿cuál es la idea de jodernos la vida? ¿No habrá algún tipo de seguro más amigable con las personas? O al menos, que al comprar podamos escoger si queremos el producto con o sin él.
Y ustedes, ¿también sufren con este pequeño, pero terrible obstáculo en su rutina?
Imagen CC Sharyn Morrow