Cuando conocemos a una persona durante mucho tiempo, podemos identificar claramente cuales son los cambios que experimenta a través de su vida. Sin embargo, es muy triste ver a quienes llenaron tantos espacios en un punto del camino, convertirse en lo peor que podrías imaginar.
Tuve una amiga en el colegio, y lo digo en pasado porque después de que lean lo que me pasó con ella, estarán de acuerdo con mi decisión: nos conocimos en la básica. En ese tiempo no nos hablábamos. Ella siempre fue muy alternativa y trataba de diferenciarse del resto. Ya en la media nos empezamos a conocer más, hasta el punto en que nos hicimos las mejores amigas. No sabía de amistad hasta que la conocí. Siempre tuvo una palabra de aliento cuando la necesité y su apoyo incondicional ante cualquier idea loca que se me pudiera ocurrir.
Cuando estábamos en cuarto medio, tuvimos una pelea simple, nada serio; pero ella dejó de hablarme radicalmente. Yo la busqué para arreglar las cosas. En realidad era tan insignificante por lo que habíamos peleado, que yo sinceramente pensaba que no valía la pena distanciarnos. Bueno, a eso súmenle un poco de espíritu adolescente y hormonas revolucionadas a mil.
Cuando conversé con ella, recuerdo que me dijo: “ya no estoy enojada; ahora tengo otro problema, estoy embarazada”. Fue como un balde de agua fría, pero ese no fue el motivo de mi decepción. Al contrario, ese niño se transformó en el sobrino más maravilloso que podía tener.
Por razones obvias, al salir del colegio, nos distanciamos bastante. Ella se dedicó a la maternidad y a sacar una carrera a punta de esfuerzo, mientras yo también estaba haciendo lo mío. Años más tarde, nos volvimos a encontrar, ya que ella trabajaba en el edificio que está frente al mío y bueno, lo típico: quedamos en juntarnos, nos abrazamos mucho, fue alegría absoluta volver a verla, aunque el contacto nunca lo perdimos.
Nos juntamos a tomar un café y ella estaba absolutamente cambiada. Consumida por el estrés, el trabajo y un hijo adolescente. Mientras conversábamos, me contaba lo exitosa que era en su trabajo. Yo la miraba con orgullo: estaba tan linda e independiente, que me dio mucha alegría. Mientras pensaba eso, se me ocurrió hacerle el comentario de que su vestido era muy bonito y preguntarle dónde lo había comprado. Ella me miró y dijo: “pucha, yo creo que este vestido es muy caro para ti”. Quedé plop. Jamás imaginé que me diría eso. Yo no sé que impresión se había llevado de mí, pero claramente con ese comentario no era la mejor.
No quise replicar al respecto. Recuerdo que nos despedimos y hasta la fecha no la he vuelto a ver. Su comentario esfumó cualquier interés de seguir en contacto con ella. Claramente, sus prioridades habían cambiado, al punto que estaba completamente decepcionada de ella. No podía entender en qué momento lo material se volvió tan trascendente en su vida. Sin embargo, decidí no cuestionarme más y tampoco buscarla. Al parecer, ella tampoco tuvo mucha intención, pues hasta el momento no me ha buscado.
Lo positivo de esta experiencia es que, a pesar de que fue una gran desilusión, me reafirmó que las cosas realmente importantes en la vida no son las materiales y que vale más tener amigos que dinero. ¿Ustedes qué opinan?
Imagen CC María Blanco Photography