Todo el mundo lo dice: nos atrae lo prohibido. Y eso se aplica desde las puertas cerradas y los carteles de no pasar, hasta los maridos de otras.
Partamos de la base que nadie es dueño del otro. Nos entregamos en fidelidad y respeto porque estamos enamorados. Y, cuando se trata de amor, no hay límites ni reglas que valgan.
Le conocí por trabajo y mantuvimos una amena relación laboral durante un tiempo; pero llegó el momento en que nuestras miradas se cruzaron más allá de los libros de contabilidad. De ahí, mezclar deberes y placer fue un paso natural.
Él no tenía pareja: habían terminado antes de que nos conociéramos. Pero una inesperada —y para mí, terrible— noticia lo hizo cambiar de estado civil en cosa de días. Por trabajo nos seguimos viendo. Nos mirábamos los labios como niños sin dinero fuera de una heladería. Cuando nuestras manos se rozaban, el tiempo se detenía y cada despedida duraba más. Ambos sufríamos.
Siempre supe que un hombre con compromisos era un hombre prohibido. Mi fe, mi familia y mis principios me lo confirmaban, pero fue entonces cuando entendí la famosa frase: “locura de amor”. Y yo al parecer estaba loca, muy loca.
“Yo te amo”, soltó repentinamente. Las lágrimas cayeron por mi cara, mojando los borradores de los IVAS. Esperé que dijera el “pero” de una instancia así… luego de eso, nos besamos sin “peros” ni anillos de por medio. Cuando te ocurre algo así, es el momento en que descubres que nada es imposible, que la vida cambia y si hoy esta con ella, mañana puede estar contigo. ¿Perverso? Sí, lo es.
Como es de imaginar, vivimos mil aventuras tratando de ocultarlo: él no la quería, me amaba a mí y yo a él, pero estaba casado y la noticia me rompió el corazón. Cada vez que llegaba a mi casa me consumía la culpa: lloraba gran parte de la noche. Me había vuelto una cualquiera y la magia del amor fue consumida por el peso de la verdad: él no era mío.
Cuando quise romper con todo, él no lo quiso, por lo que tuve que usar artimañas para que su esposa supiera la verdad (y aún me arrepiento por eso). Algún día les contaré cuál fue mi venganza contra el hombre que me llevó a elegir su traje de novio para confesarme su matrimonio; el tiempo que sufrí por amarlo y también por olvidarlo.
Hoy sé que cuando un hombre tiene a otra no es porque pueda amar a dos mujeres, sino porque es un poco hombre incapaz de afrontar que ama a una que no es la suya. Aprendí que ser la "patas negras" no sólo oscurece los pies, sino el corazón y que aunque digan que el casado en algún momento "sabe más bueno", la verdad es que cuesta mucho sacarse el amargor que deja con el tiempo.
Imagen CC DesertMonsterBell