Odio ir al mall; detesto que para la gente sea un panorama y más aún, que se endeude comprando lo que no tiene. Todos se vuelven locos, reventando sus tarjetas de crédito. ¡Lo detesto!.
No pudiendo comenzar la nota sin criticar a estas grandes tiendas, advierto que las únicas veces en que he pisado un mall ha sido para comprarme ropa en alguna ocasión especial o bien, cuando ya mis pantalones no dan para más. Dicho esto, les cuento que con una amiga fui a mi centro comercial más cercano, ante la imperiosa necesidad de comprarme un pantalón. Aunque quisiera andar en la oficina con mi pijama, no puede ser que siempre use calzas o esos dos jeans regalones que me quedan de ensueño, pero que ya no están presentables para ir a trabajar. Por muy Co-work que sea, nadie tiene la culpa de que me quiera poner siempre las mismas cosas.
Era principio de mes y Gardel ya había cantado en mi cuenta bancaria, por lo que no había drama en mirar alguna cosilla de esas marcas choris con las que coqueteo cuando tengo plata. Luego de mirar unos minutos en una conocida multitienda, me fui directo a mi marca favorita; le eché el ojo a unos pantalones que parecían perfectos y pasé al probador.
Había olvidado lo desagradable que es hacer fila para probarte algo que, si no te queda como esperas, te da una depre post probador (y peor aún, te obliga a seguir vitrineando). Pero bueno, confiando en que mi talla seguía siendo la misma, me metí a mi metro cuadrado para probarme la que esperaba fuese mi compra estrella, pagar e irme de ese espacio tentador. Así que empecé: me probé el primero y por suerte no costó que entrara. Examiné mi reflejo en el espejo y noté que estaba más regia de lo normal (ja), lo que era raro, porque el pololeo igual hace estragos (sobre todo en los primeros meses). Es más, hace unos días justo noté que me sentía un poco más pesada; pero poco, así bien sutil. Entonces, luego de estar entre extrañada y feliz, tomé mi segunda opción y fue lo mismo: quedé maravillada y pensando qué extraña magia operaba en el probador: no era normal que sabiéndome igual de bella - pero con un poquitín más de amor en mi masa muscular - este pantalón me encajara casi de manera perfecta.
Le pedí a mi amiga que me pasara una chaqueta que se me tiró encima apenas entré a la tienda. Me la probé y fue lo mismo, así que dije, ¡ya basta! Yo sé que soy linda y todo, pero este espejo era como el que usaba la bruja de Blanca Nieves y no quiero que me hipnotice para que siga comprando, motivada por "mi figura excepcional".
Yo ya sabía este tema de los espejos en los probadores del mall, pero encuentro que es una farsa de esas ¡terribles! que te producen daños mentales. Porque al llegar a casa y estrenar la nueva compra, lo único que consigues es pensar que te equivocaste de talla o que el calor te confundió cuando elegiste la prenda. Así es que amigas, hagan como yo: detesten el mall y tengan ojo cuando entren a los probadores, no permitan que las Fuerzas del Lado Oscuro las engañen.
Imagen CC hernanpc