Todas tenemos días y días. Así, hay algunos en que estamos full pila y rebosando energía, mientras que otros queremos sumergirnos en esa “caja de la nada” que a los hombres les acomoda tan bien. Lo único que anhelamos es disfrutar tranquilamente de nuestra serie favorita, quizás tomando alguna bebida y sin saber de cocina, ruidos o quehaceres.
Pero por alguna extraña y paradójica razón, esos días de hiperactividad a morir suelen ser pausados y aquellos en que esperamos calma están llenos de adrenalina. Así es, porque justamente cuando más deseas silencio, a tus vecinos se les ocurre hacer arreglos en el hogar, taladrando, martillando y metiendo harta bulla. Cuando no, la Municipalidad estima que es el día perfecto para remarcar las señales de tránsito o bien, en tu barrio alguien tiene la genial ocurrencia de hacer una ¡mega fiesta! para celebrar algo. ¡Y hasta ahí llegó la armonía!
Si somos afortunadas y tenemos la tan ansiada quietud, no falla que a tu familia se le ocurra preparar “algo rico”, ver Morandé en el living a un volumen suficientemente alto para que no pierdas detalle o preguntarte constantemente por la ubicación de un objeto determinado. Quizás a tu BFF se le ocurra pedirte consejo sobre algo o a tus profes, fijar un trabajo con entrega al día siguiente. En fin, toda la acción que anhelabas en tus momentos Duracell, pero justo en el día en que te sientes devastada.
¿Será que tu cara de cansancio se confunde con la de aburrimiento y el mundo quiere contribuir a que estés entretenida? ¿Por qué todo parece conspirar para evitarte esa preciada introspección? No queda entonces más que resignarse: somos seres sociales y ¡nos encanta!. Después de todo, ¡no viviríamos sin nuestros cercanos! Claro que sería genial que sus requerimientos se sincronizaran un poco con tu ánimo.
Y a ti, ¿te pasa que cuando más cansada te encuentras, más cosas tienes pendientes y viceversa?
Imagen CC John O'Nolan